El México prehispánico no deja de sorprender. En la actualidad aún se siguen encontrando indicios del pasado de las culturas que habitaron el continente y que cuentan un poco de cómo eran sus rituales, convivencias y la forma de ver el mundo.
La arqueóloga Cristiana García Moreno tiene una década de experiencia en la investigación de los restos humanos de un cementerio prehispánico en Ónavas, Sonora, México. Lo peculiar de sus indagaciones son los más de 50 esqueletos exhumados que presentan cráneos alargados, algo que ha llamado la intención de los seguidores de temas de alienígenas.
En el estado de Sonora, en México, en una zona conocida como Valles Paralelos, a la mitad del río Yaqui, el afluente más importante de la entidad, se encuentra el Valle de Ónavas, actualmente con alrededor de 400 habitantes. En 1999, los habitantes comenzaron a construir un canal de riego para sus necesidades agrarias, pero en el proceso encontraron “calaveras”.
Lo que habían descubierto con la pala fueron los restos de un milenario cementerio de los antiguos pobladores del lugar. En 2004 se hicieron las primeras excavaciones con un fin académico, pero no fue hasta 2011 cuando la Universidad Estatal de Arizona, Estados Unidos, se interesó y profundizó con las investigaciones. En 2012, debido a los resultados, el proyecto se realizó extensivamente y estuvo en marcha hasta 2016.
En las extracciones se encontraron 115 individuos enterrados, solo uno de ellos fue cremado. Había restos de mujeres y hombres entre las edades de 26 y 35 años, además de niños, indicando un pico en la mortalidad que debían tener los antiguos pobladores. Las pruebas de carbono-14 datan los restos entre el 900 y el 1300 de la era común, probablemente correspondientes a los antiguos Pimas.
Sin embargo, las osamentas no solo estaban enterradas en la área, sino que estaban acompañas de cerámica, joyerías, cochas, herramientas, entre otros objetos. Los niños, principalmente, tenía joyería con cuentas de turquesa, un mineral que no es común en la zona, al igual que las conchas de mar. Los investigadores sugieren que se pudieron haber confeccionado en otro lugar para después ser llevados a Ónavas.
Sin duda, una de las características más importantes que se encontraron en los individuos es que 60 de ellos tenían cráneos con deformaciones intencionales, tanto en hombres como en mujeres. Se pudieron identificar dos tipos de deformación, en tabular erecto y en tabular oblicuo, ambas hechas con instrumentos de presión que modificaban el hueso desde bebés, algo muy alejado de las creencias de internet de que pudieran tratarse de extraterrestres.
Se cree que esta seña particular en el cráneo es un indicador estético, de belleza o de rango social, al igual que los dientes. Algunos de los individuos presentaban dientes limados o con la extracción de los incisivos. La modificación dental se hacía como símbolo de cambio a la pubertad y madurez y se realizaban a los dientes permanentes. Aunque también fue encontrado un niño con modificaciones dentales.
La práctica de la deformación del cráneo y de los dientes no es exclusiva de Ónavas, sino que está documentado que es común en muchas culturas. Incluso los investigadores creen que la práctica aún estaba activa cuando los europeos llegaron a colonizar.
A través del estudio de los restos mortuorios de mujeres, hombres y niños, depositados ahí, hemos podido conocer más de esta población prehispánica y de sus prácticas funerarias, mismas que se mantuvieron quizá hasta la llegada de los europeos a esta área del sureste de Sonora.
—Cristina García Moreno, arqueóloga
La arqueóloga puntualizó en una entrevista con El Sol de Hermosillo que los objetos y restos descubiertos no se llevaron a Estados Unidos, sino que se quedaron en México a resguardo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Sonora. Además, indicó que continúan haciendo investigaciones para ampliar la información, que ha sido compartida en foros académicos.
Cristina García Moreno
Cristina García Moreno es egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde realizó una tesis sobre el Complejo San Dieguito en el noreste de México, que le otorgó el Premio Alfonso Caso del INAH, en 2006. Además, dirigió el Proyecto Arqueológico Sur de Sonora por la Universidad Estatal de Arizona hasta 2016. En ese mismo año, se incorporó al Centro INAH de Sonora, de donde también es parte del Comité Editorial.