Independientemente de si el SARS-CoV-2 surgió de un murciélago que lo transmitió al ser humano o si fue liberado accidentalmente por un laboratorio, la pandemia del coronavirus provocó que la atención se enfocara en los centros especializados que manipulan microorganismos.
Una de las principales teorías acerca del origen del covid-19 es que fue cultivado en el Instituto de Virología de Wuhan, en China. Hasta ahora se sigue discutiendo si esto es cierto o no. Sin embargo, lo importante ahora es que este no es el único laboratorio en el mundo dedicado a estudiar los patógenos más peligrosos, y la pregunta que en verdad debemos hacer es ¿qué estamos haciendo para evitar una futura pandemia?
El Instituto de Virología de Wuhan solo es uno de otros 59 centros de máxima contención en el planeta, catalogados como laboratorios con nivel de bioseguridad 4 (BSL 4) y en los cuales el personal siempre debe usar trajes presurizados de cuerpo entero y suministro independiente de oxígeno.
El de Whuan es el BSL 4 más grande del mundo y el resto se encuentran en 23 diferentes países. La mayor concentración de ellos es en Europa (con 25), después le sigue América (14), Asia (13), Australia (4) y África (3).
¿Qué es lo que hacen en los BSL 4? Principalmente analizan patógenos para lograr diagnosticar infecciones que puedan ser transmisibles y letales, comprender su ciclo de vida y, por supuesto, desarrollar las fórmulas de medicamentos que los eliminen.
Lo inquietante es que tres cuartas partes del número total de estos laboratorios se encuentran en centros urbanos. Además, no todos cumplen al 100 por ciento los estándares internacionales de bioseguridad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) cuenta con distintos criterios para evaluar el riesgo de estos laboratorios. La bioseguridad se refiere a las acciones que se toman para evitar la exposición/liberación accidental a estos patógenos, mientras que la bioprotección se define como las medidas de las instituciones para que los virus no tengan un uso incorrecto.
Con estos y otros criterios se hace un Índice de Seguridad Sanitaria Global, que enlista a los países dependiendo de su nivel de prevención contra patógenos, detección de epidemias y respuesta ante incidentes biológicos.
Tan solo un 25 por ciento de los BSL 4 en el mundo cumplen cabalmente con todas las medidas establecidas en el Índice y esto obviamente es un área en la que se debe poner atención, según expertos como Filippa Lentzos del King’s College London y Gregory Koblentz de la Universidad George Mason.
Otro problema que se debe solucionar es que hay laboratorios que también hacen investigaciones llamadas “avance de función” cuyo objetivo es aumentar la capacidad de un patógeno para causar enfermedades. Hasta ahora solamente Australia, Canadá y Estados Unidos tienen la autorización para supervisar estos análisis y experimentos.
Claro que los estudios de avance de función no buscan enfermar a la humanidad, sino descubrir la manera en que un virus tienen mayor probabilidad de transmitirse a los seres humanos. Pero el hecho de que solo tres países tengan una certificación de supervisión también es preocupante.
La pandemia del covid-19 nos ha servido como un recordatorio de que existen laboratorios en los que se manipulan organismos peligrosos y que ninguna medida puede ser considerada como exigente si de lo que se trata es cuidar a los científicos que los estudian y al resto de la humanidad.
Tener estos laboratorios es un riesgo que se debe tomar con miras a un bien mayor, pero siempre teniendo en cuenta que se debe maximizar la seguridad.