En 1979, Kevin Strickland fue condenado injustamente por el asesinato de tres personas. Cuando entró en la cárcel, solo tenía 18 años, una hija recién nacida y una vida llena de sueños. Después de 43 años tras las rejas, ahora es un hombre viejo en sillas de ruedas, sin ninguna pertenencia y una vida desperdiciada. Su caso es una de las penas erróneas más largas en la historia de Estados Unidos, al menos de las que se saben.
El 25 de abril de 1978, Kevin se encontraba en su casa cuidando a su bebé, pues su pareja había salido al médico, y justo en la entrada se topó con los oficiales de policía que llegaron al domicilio haciendo preguntas sobre un tiroteo que ocurrió la noche anterior en la ciudad de Kansas. Él solo había escuchado del caso en las noticias, pero a los oficiales no les importó y lo subieron a la patrulla.
Lo pusieron en una fila junto a otros sospechosos y tras el señalamiento de Cynthia Douglas, la única sobreviviente y a quien conocía de vista, la vida de Kevin quedó en el abismo. Desde entonces, él dejó de tener un nombre para convertirse en el recluso 36922.
Desde adentro de la celda, Kevin luchó por su libertad, para que se hiciera justicia en un crimen que él no cometió. Más tarde, Vicent Bell y Kim Adkins se declararon culpables y juraron que Kevin no tenía nada que ver. Incluso, Douglas se retractó del señalamiento, alegando presión de los policías. Pero nada funcionó y Kevin vio pasar su vida tras los barrotes.
Sus padres murieron, se distanció de sus hermanos, su novia se casó con otro hombre y solo vio a su hija cinco veces en las últimas cuatro décadas. Pasó de ser un adolescente con aspiraciones de unirse al ejército a un recluso enjuiciado injustamente que veía cómo los años se le iban yendo, sin poder hacer nada.
Douglas admitió públicamente que se había equivocado. En 2009 escribió una carta a The Innocence Project, una plataforma de abogados que trabaja en la exoneración de inocentes, pero ni las cartas a los tribunales parecieron disuadir la decisión que un jurado compuesto por tres hombres blancos había hecho sobre Kevin.
Estoy buscando información sobre cómo ayudar a una persona que ha sido condenada erróneamente. Yo era la única testigo y entonces las cosas no estaban claras, pero ahora sé más y quiero ayudar a esta persona.
—Cynthia Douglas
Después de vivir desconectado del mundo, a sus 62 años y en una silla de ruedas, se pudo hacer justicia para Kevin. Su audiencia estaba programada para el 3 de agosto, pero el tribunal la aplazó y, desafortunadamente, su madre murió al día siguiente. El 23 de noviembre, cuando por fin recuperó su libertad, lo primero que hizo fue visitar la tumba de su mamá.
Para Kevin, la forma de ver la vida ahora es otra, pues llama “celda” a su habitación, “litera” a su cama y dice que por las mañanas se queda quieto esperando el timbre que le indique que tiene que levantarse para el desayuno. Pero ya no hay timbre. Al caer el sol, duerme en guardia, como se hace en los sitios donde te pueden matar por la noche. Sin nada ni derecho a indemnización, Kevin se integra a la sociedad.
Afortunadamente, recibió donaciones por un valor de 1.6 millones de dólares por parte de una sociedad civil. Con ello, planea adquirir una casa fuera de la ciudad, sin vecinos. Además, sueña con ir a Brasil o África y ver correr a un rinoceronte.
No quiero a ningún vecino en una milla a la redonda, no necesito a nadie, de veras. Ver un poco de deportes por televisión. ¿Sabe? Michael Jordan empezó su carrera cuando estaba dentro y se retiró antes de que yo saliera. Tener perros, dormir sin miedo. Todo eso suena bien. Que se acaben las pesadillas.
—Kevin Strickland