Las investigaciones muestran que la mayoría de la gente se queja una vez cada minuto en una conversación común y corriente. Quejarse es tentador porque se siente bien pero, como muchas otras cosas que se disfrutan, no es bueno para ti, sobre todo si no tiene una intención de cambiar las cosas.
Aunque fumar o comer tocino son cosas muy agradables, hacerlo en demasía te pasará factura tiempo después. Igual sucede con las quejas. Dañan el cerebro, y propician distintas enfermedades por el cortisol que se segrega. El cerebro prefiere siempre la eficiencia y no tener que trabajar de más. Cuando repites un comportamiento, como quejarte, o cualquier otro, tus neuronas se relacionan entre sí para facilitar el flujo de información.
Esto hace más sencillo repetir ese comportamiento en el futuro, se vuelve tan sencillo que no te das cuenta de que lo haces. Pero a fin de cuentas no puedes culpar a tu cerebro. ¿Quién querría construir un puente cada vez que vas a cruzar un río? Tiene mucho más sentido construir un puente permanente.
Quejarse continuamente, reprograma el cerebro para hacer más probable que te quejes en el futuro. Con el tiempo, encontrarás más fácil ser negativo que positivo, indistintamente de lo que esté pasando a tu alrededor.
Quejarte se convierte en tu comportamiento básico, lo que también cambia la perspectiva que tiene la gente de ti. Además, quejarse daña otras áreas de tu cerebro. Investigación de la Universidad de Stanford ha mostrado que quejarse reduce el hipocampo. Esta es un área crítica para la resolución de problemas y el pensamiento inteligente. Esta es una de las principales áreas que destruye el Alzheimer.
Por lo tanto, quejarse destruye el cerebro de alguna manera. Pero además, cuando te quejas, tu cuerpo segrega la hormona del estrés, cortisol. Esta te pone en modo defensivo, redirigiendo el oxígeno, la sangre y la energía hacia partes que no son sistemas esenciales para la sobrevivencia.
Un efecto del cortisol, por ejemplo, es elevar tu presión sanguínea y el azúcar en la sangre para que estés preparado para escapar o defenderte. Todo el extra cortisol que se segrega por quejarse frecuentemente, ataca tu sistema inmunológico y te hace más susceptible a tener colesterol alto, diabetes, padecimientos del corazón y obesidad. También hace más vulnerable el cerebro a infartos.
No sólo es culpa tuya, sino de tu círculo social. Hay un proceso que se llama espejeo neuronal, que es la base de la empatía, pero también tiene su lado negativo, al igual que el fumar hace daño a quienes están respirando el humo de los fumadores, estar con personas quejumbrosas te causa los mismos efectos.
Las soluciones son dos. Una es tener una actitud de agradecimiento. Así, en lugar de quejarte, ve las cosas buenas que has alcanzado y siéntete agradecido por ello. Pensar en las cosas buenas que tienes, reduce el cortisol un 23%. Investigaciones en la Universidad de California encontraron que la gente que trabaja a diario en encontrar una actitud de gratitud mejora sunstancialmente su humor y energía, y tiene menos ansiedad y cortisol.
La segunda opción es modificar tus quejas. Cuando realmente tengas que quejarte, trata de tener una queja orientada a soluciones. Como quejarse con un propósito. Para ello tienes que identificar un propósito y pensar de antemano qué efecto quieres que tenga tu queja.
Si por ejemplo, te quejas de un servicio y dices: “nunca volveré a este negocio”, quien te atiende ya no tiene interés en satisfacer tu inconformidad. Solamente te estás desahogando pero no tienes intención de tener una solución.