Cuando Levi Joseph trabajó de interno en manufactura en Seattle, antes de graduarse de la universidad, le fue imposible encontrar un lugar para vivir; así que tuvo que vivir en su carro por 40 días, llevando traje a diario al trabajo en lo que las cosas se acomodaban.
No había lugares en renta y los precios eran muy altos (mil 200 a mil 400 dólares al mes). Finalmente encontró un lugar pero no estaría vacante hasta más de un mes después de que empezara el internado.
“Había un periodo de 40 días en que no tenía lugar para vivir”.
Así que decidió que podría vivir en su aut:, una camioneta Subaru Outback. Preocupado por la seguridad de dónde iba a estacionarse, rentó un espacio en una campiña cerca de los suburbios por 600 dólares.
El lugar que eligió tenía residentes temporales y a largo plazo. La dueña, Stephanie, encendía una fogata cuando había buen clima y todos se juntaban alrededor a hablar de todo, desde política hasta teorías de conspiración.
Dado que él debía levantarse a las 4:30 de la mañana para llegar a las 6, no siempre acudía a las fogatas. Pero cuando iba, dice, era memorable.
“Estoy escribiendo una tesis en un tema de medioambiente, y una noche estaba sentado en la fogata y la discusión llegó hasta la política global y las líneas de los aviones, básicamente convirtiéndose en un argumento a gritos sobre conspiración del gobierno. Era como una pequeña comunidad. Estaban fascinados por alguien con un trabajo corporativo.”
Él mantenía las cosas de su vida corporativa en una parte diferente del carro, y podía lavar su ropa en la oficina.
“He vivido antes en mi carro durante tres semanas, en un campamento y en un viaje de pesca hace dos veranos, pero era más cercano a acampar. No tenía trajes de vestir y esas cosas. Era más como ‘él tipo universitario que duerme en su carro’ y no ‘el tipo profesional que quiere mantener sus cosas limpias’.”
Cada mañana, tenía que revisar sus zapatos antes de irse a la oficina para no llegar con lodo en los pies. “Eso era muy divertido para mí”.
Para actividades y amenidades, Joseph se apuntó en un club local de escalada en tocas por 56 dólares al mes. Además ahí tenía un locker con regadera y Wi-fi. Pero además de esto, encontró otra cosa: una comunidad de personas que viven en sus carros.
“Resulta que mucha gente vive en sus carros y hace escalada en roca. Hay gente viviendo en sus carros en los estacionamientos. Hay vans donde vive gente, y empecé a pasar más tiempo estacionado en la ciudad, más cerca de todo. Me despertaba y usaba sus regaderas, a veces nos despertábamos y hacíamos café juntos y pasabamos el rato antes de que abrieran las puertas.”
La mayoría de los residentes del lote eran hombres jóvenes en vans. “Hay diferencia entre vivir en tu carro y vivir en una van, las vans son más fácil de arreglar, puedes poner estantes, una cama, cortinas, refrigeradores o generadores que te hacen sentir más como en una casa”.
En el campo era fácil dormirse al oscurecer, pero en el estacionamiento del gimnasio era más difícil.
“Desearía haber tenido cortinas. Eso hubiera sido un gran avance, es muy difícil oscurecer tu carro. En el campo, entre los árboles en la noche era muy oscuro, pero las luces en el estacionamiento son muy brillantes”.
Todas las posesiones de Joseph, su laptop, ropa de trabajo y su reloj, estaban en su auto. Mientras vivió ahí observó tres reglas principales:
- Evitar que te roben el carro.
- Evitar que la grúa se lleve el carro.
- No dejar las llaves dentro del carro.
Un gran reto para quien vive en su carro es la falta de espacio para desestresarte después del trabajo. Puedes pasar todo el tiempo en tu carro si no tienes cuidado, dice Joseph.
“Al principio pasaba todo el tiempo en el carro leyendo o escribiendo correos. Luego empecé a ir a cafés, pero no quiería gastar tanto dinero, así que iba a un suburbio y empecé a visitar una biblioteca muy agradable luego del trabajo.”
En cuanto a la comida, tenía un Jetboil, un aparato que hierve el agua muy rápido. En la mañana lo usaba para prepararse avena o café, pero en la noche terminaba comiendo fuera. Esos gastos, junto con la lavandería significaron más gasto de lo que en principio había planeado.
Sabiendo que sus padres se preocuparían, no les dijo hasta unas semanas después, “porque sabía que era importante que alguien supiera dónde estaba”.
A principios de julio, Joseph se mudó al espacio que su amigo le prometió. El ahorro que creyó iba a hacer no fue tanto como esperaba. Además, contrajo una infección una semana antes de mudarse, aunque no lo atribuye a vivir en su carro.
“No me sentía como un indigente, pero no me sentía cómodo de la manera en que te sientes en un apartamento”, dijo. “Eso, combinado con empezar mis primeras semanas más intensas en el internado, era mucho estrés. Pero creo que me forzó a ser autosuficiente por un mes y a apreciar las comodidades básicas. Me siento ahora en el sillón de mi departamento y pienso: ‘amo mi sillón'”.