Una cosa es querer mantener a salvo a tu familia, en tu casa, para que nada en el mundo pueda lastimarla, pero cuando llegas a los extremos de mantener a tu gente reclusa en tu hogar y tú te conviertes en el mal que la aterroriza, hay algo seriamente retorcido en tu cabeza.
En Río de Janeiro, probablemente la ciudad más célebre de Brasil por sus fiestas y jolgorio, se descubrió el horror bajo la apariencia de normalidad: un hombre tuvo secuestrada a su familia en su propia casa durante 17 años, hasta que la policía fue a rescatarla. Cuando las autoridades llegaron al lugar, las víctimas apenas estaban con vida.
Héroes uniformados
Este 29 de julio fueron rescatados de su propio domicilio en el barrio de Guaratiba, al oeste de Río de Janeiro, tanto una mujer como sus hijos, dos jóvenes de 19 y 22 años, que se habían encontrado presos por el “señor de la casa” durante 17 años. El rescate fue llevado a cabo por la policía luego de que recibiera una queja anónima. Las víctimas se encontraban atadas y en condiciones lamentables.
Además de rescatar a las víctimas, las autoridades capturaron al autor del horror: Luiz Antonio Santos Silva, presuntamente el padre de los jóvenes y, según parece, un monstruo que mantuvo a su familia privada de su libertad por casi dos décadas, prácticamente toda la vida de su hijo más joven.
Condiciones infrahumanas
Desnutridos, enfermos y con una apariencia demacrada, las víctimas habían permanecido por largos años privadas de la satisfacción de sus necesidades más básicas: sin agua corriente, sin ventilación y mal alimentados. Luego de ser rescatada, la mujer confesaría que no había visto la luz del sol ni una vez durante su larguísimo cautiverio.
Santos mantuvo aprisionada a su familia en un cuarto de puro cemento en el que era la regla un ambiente húmedo, sin ventilación en lo más mínimo y con condiciones insalubres extremas, como residuos fecales omnipresentes. Las ventanas y puertas estaban clausuradas, manteniendo a la pobre familia en una abyecta oscuridad, donde sufrían abuso físico y psicológico cotidianamente.
A pesar de haber sido liberados
Al momento de ser rescatados, los muchachos tenían apariencia de niños a pesar de ser jóvenes adultos, seguramente debido a la desnutrición extrema. Cuando se le preguntó a la esposa de Santos si había comido algo o si quería comer, ella contestó que no podía hacerlo sin el consentimiento de su marido. A tal grado llegaba el control malsano del secuestrador.
A pesar de que se le informó que ella y sus niños eran libres y que su captor estaba bajo arresto, la mujer insistió en no comer sin el visto bueno de su secuestrador. Por su parte, los hijos se notaban ansiosos y balbuceantes, aparentemente incapaces de hablar. Los lustros de maltrato y abuso habían hecho mella en la salud física y mental de madre e hijos.
Amenazas y el maltrato diario
Al ser liberada, la mujer declaró que su marido los mantenía amagados con amenazas horrendas y violencia. Una de las advertencias más frecuentes del hombre, quien lastimó más allá de la imaginación a quienes debían haber sido sus seres queridos, era que tenían que “permanecer conmigo hasta el final, solo saldrán de aquí muertos”.
Una vecina, Marizete Dias, declaró que al ver a los “niños” salir del inmueble, pensaron que “no habrían sobrevivido otra semana”. Los pobres pasaban hasta tres días sin comer y eran torturados con violencia física y psicológica, como amenazas y maltrato verbal.
El escalofriante DJ
El secuestrador, que mantenía atrapada a su familia contra su voluntad, era conocido por los vecinos como DJ. Sin embargo, esto no era un apodo de cariño, sino que se lo había ganado a pulso, causándole molestias a la gente del barrio poniendo la música a todo volumen.
Ahora que se sabe la verdad sobre los inhumanos actos de DJ, su costumbre ha pasado de ser percibida como molesta a ser simplemente escalofriante, pues se cree que usar su equipo de sonido a todo volumen tenía como objetivo ahogar los gritos de su familia, para evitar que el mundo exterior supiera de su infierno.