En la víspera de Navidad del año de 1952, Londres vivió durante cinco días entre el escepticismo y el terror bajo el impacto de lo que denominaría La Niebla Asesina, llamando así a la causa de la muerte de aproximadamente 12,000 personas.
A pesar de que los londinenses están acostumbrados al clima poco amigable de la zona, con su respectiva dotación de neblina, para esas fechas el ambiente habitual estaba por tomar un matiz muy diferente; y no, en esta ocasión no se trataba de un libro de Stephen King ni de una película de John Carpenter.
Prueba de ello fue la gran cantidad de víctimas -más de 12,000 personas- sin establecer con precisión el daño colateral que dejó para muchos más, considerándose aún como el peor desastre de contaminación atmosférica de la historia europea.
Aunque se supo que la catástrofe ambiental se había generado por las emisiones de la quema de carbón, se desconocía cómo durante ese proceso habían intervenido los factores de contaminación citadina con la niebla.
Sin embargo, lo mismo empieza a ocurrir en otras ciudades, lo que reabre en cierto sentido la investigación de El Gran Smog.
Cinco días de terror
“Pero estas nieblas espesas, casi sólidas, que se comen a los autobuses precedidos por un hombre de a pie con un hachón de resina en la mano; que apagan el sonido; que obligan a los cines a anunciar al público que ‘la visibilidad de la pantalla no pasa de la cuarta fila’; que suspende, como ocurrió el 8 de diciembre una representación de La Traviata por laringitis súbita del tenor y de las dos sopranos, y porque los coros no alcanzaban a divisar la batuta del maestro; que entra también en las casas y en los pulmones; que ensucia los muebles y ennegrece las ropas y la saliva; que se pega a los vidrios, a las cortinas y a los cuadros… es el azote de los cardíacos, de los asmáticos y de los que tienen los bronquios en la miseria y mueren. Mueren sin asistencia en ocasiones, porque el médico no puede llegar a tiempo a través de la manta que reduce el horizonte a dos yardas y se opone a su tremenda aventura urbana”, testimonio del corresponsal del periódico ABC en 1952.
La mañana del 5 de diciembre de 1952 parecía como cualquier otra, con la excepción de que el frío calaba hasta los huesos, producto de un anticiclón inusual.
Las chimeneas de las fábricas, de las casas, vomitaban bocanadas de humo y, curiosamente, se asentaba sobre la capital inglesa todo ese bagaje de humo, pues extrañamente no había viento.
El panorama, desafortunadamente, no mejoró en los días siguientes; por el contrario, personas con afecciones respiratorias, niños y adultos mayores fueron los primeros en sufrir las consecuencias de la Niebla Asesina, con un número de víctimas tal que ni Jack El Destripador pudo igualar.
A finales del 9 de diciembre, disipándose ya la niebla, la cifra de fallecidos era de al menos 4,000, 150 mil personas hospitalizadas y un número inexacto de animales afectados, orillando al Parlamento Británico a aprobar la Ley de Aire Limpio en 1956.
Aire mortal
Aunque se sospechaba y se asumió la presencia de dióxido de azufre por el exceso de la quema de carbón en las chimeneas de los hogares londineneses para mitigar el frío, en las industrias y las centrales eléctricas se desconocía en aquel entonces en qué parte del proceso las partículas se habían transformado en ácido sulfúrico.
Transcurridos 60 años, ha habido situaciones similares de contaminación en China, particularmente en Pekín -una de las 20 ciudades más contaminadas a escala mundial-, donde su mala calidad de aire y las constantes alertas naranja incitan a los investigadores a retomar el caso inglés de 1952 y cotejar similitudes para resolver el misterio y buscar un objetivo común: mejorar la calidad del aire.
La Universidad de Texas A&M, a través de un comunicado, anunció por fin cuáles fueron los detonantes que provocaron la Niebla Asesina de aquel diciembre en Londres de 1952: el sulfato, el cual pudo formarse gracias a la interacción causada por la presencia de dióxido de nitrógeno y dióxido de azufre, dos componentes que se producen de la quema de carbón, mezclando con gotas de agua en la niebla.
“Las personas saben que el sulfato fue un gran aporte a la niebla, y las partículas de ácido sulfúrico se formaron del dióxido de azufre emitido por la quema de carbón para uso residencial y de las plantas de poder”, comentó el director del equipo de investigadores, Renyi Zhang, de la Universidad de Texas A&M.
En dicha publicación se hace referencia a la investigación realizada por el profesor en Ciencias Atmosféricas Renyi Zhang, en colaboración con sus estudiantes de posgrado e investigadores de los países de Reino Unido, Israel, China y Estados Unidos.
Así, cual caso de Sherlock Holmes, el misterio ha sido resuelto.