La historia política de Latinoamérica ha sido convulsa, pues las naciones que fueron instauradas han sido asaltadas por el militarismo y paramilitarismo. La presencia de estas fuerzas en el control y el gobierno de cada país es innegable. Ya sea que gobiernen desde las sombras o la oficialidad, cada régimen o dictadura ha necesitado de ciertos alicientes o estupefacientes para olvidar sus actos atroces y, por supuesto, han existido personas que se han prestado con gusto para ocupar el lugar del comediante.
Esto es, al menos, lo que se ha dicho a últimas fechas en diversos medios digitales sobre Roberto Gómez Bolaños, “Chespirito”, creador e intérprete del Chavo del 8, una figura muy querida y popular en Latinoamérica, pero muy cercana al poder y simpatizante de los totalitarismos. Desde México hasta la Patagonia, el humor de Gómez Bolaños es reconocido por las personas. Sin embargo, se olvida el contexto político en que su programa se desarrolló y se omite el análisis del mensaje del programa número uno de la televisión humorística.
Con la distancia que solo permiten los años, se ha visto en El Chavo del 8 un retrato burlón de la pobreza, un chiste de mal gusto sobre la miseria. Además, se ha señalado que su humor es el de burlarse de las personas diferentes: flaco, gordo, alto, viejo o huérfano. El personaje principal, que vive en un barril, nos muestra que la pobreza es un bien que hay que atesorar. El show lleva hasta los límites la idea de ser pobre pero honrado.
Sin embargo, las críticas sobre Gómez Bolaños son más profundas, pues sus comedias solo eran un reflejo distante de su cercanía con el conservadurismo mexicano y con la empresa que decidió el rumbo de México durante muchos años: Televisa, empresa de comunicaciones o reconocido aparato propagandístico del PRI. Además, el actor fue abiertamente provida y un panista que apoyó las campañas de Vicente Fox y Felipe Calderón.
Pero el núcleo de lo que significó El Chavo del 8 en el continente americano se dio a finales de los años 70, cuando Chespirito y compañía emprendieron dos giras en Chile y Argentina, donde las dictaduras de Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla se erigían bajo una estrategia de tortura y desaparición forzada.
La llegada del elenco de El Chavo del 8 a Chile en octubre de 1977 causó conmoción y la gente olvidó momentáneamente que el Estadio de Santiago, precisamente donde se celebró el arribo de “Chespirito”, había sido uno de los campos de concentración del régimen chileno, donde se torturaron a miles de jóvenes y se violaron a muchísimas mujeres. En su autobiografía, el actor comenta de manera indiferente:
Es obvio que ninguno de nosotros recordaba que el estadio hubiera sido alguna vez usado como ‘campo de concentración’ o cosa semejante y para terminar, también es obvio que, de haberlo recordado, de todos modos habríamos trabajado ahí.
Un año más tarde, una comisión argentina llegó a México para negociar la transmisión de El Chavo del 8 en la televisora del dictador Jorge Videla. Luego de tres semanas de negociaciones, los derechos fueron concedidos a la televisora argentina y “Chespirito” acordó realizar una gira por el país. Todo esto mientras Videla intentaba estabilizar el terror causado por su golpe de Estado.
Parece que Roberto Gómez Bolaños entendió muy bien el papel que debía jugar una vez que su show se volvió tan popular, convencido de que hacía historia con él, de que dignificaba el nombre México y de que participaba de la conformación moral de Latinoamérica. Durante su vida se dedicó, con plena consciencia y sin ningún remordimiento, a vender un producto que aligeraba los grandes traumas sociales de la gente y los invitaba a no denunciar la injusticia.