San Luis Potosí, México, fue el escenario donde apareció Lord Croquetas, también conocido como Alan Santana, de 27 años, quien se dedica al diseño gráfico, es DJ, y también quiere ayudar a los perritos callejeros.
Al entrar a un centro comercial de su ciudad, se dio cuenta de que las croquetas para perro estaban mal etiquetados, con un precio muy bajo, así que pensó en aprovecharlo, pero, asegura, no por gandalla, sino para ayudar a los más desvalidos…
Para Alan, el “revisar precios” se ha vuelto una constante, “porque siempre se equivocan”, dijo, así que dando la vuelta por los pasillos, ya que su madre lo había obligado, junto con su hermano, a acompañarla a hacer el súper, se encontró con esos bultos de 25 kilos de croquetas a solo 18.50 pesos, es decir, ¡1 dólar!
Quien puso el anuncio, se equivocó, pues ese era el precio por kilo, no por pieza. Tomó la foto y pidió ayuda a un empleado para cargar los 18 bultos que estaban disponibles en ese momento, sin que el trabajador se diera cuenta del error.
Al llegar a la caja, le querían cobrar poco más de 320 dólares, sin embargo, el solo entregó 18 dólares, es decir, 333 pesos, que según sus cuentas y el precio que estaba a la vista, era lo que debía pagar. En entrevista para Vice, este hombre relató la historia:
Cuando me pidieron el efectivo, yo saqué sólo lo justo (según mis cuentas): 333 pesos. El cajero de inmediato me hizo cara de ‘¡WTF!’, por lo que procedí a sacar mi celular y a mostrarle la foto con el precio que ellos pusieron. Me quedé callado y esperando mis costales, en unos momentos de tensa calma. Enseguida se alarmó todo el Soriana y en menos de tres minutos ya tenía al subgerente de la tienda con un tono triste pidiéndome que no lo hiciera, porque el “chavo” que puso mal el precio lo tendría que pagar.
Le contesté ‘lo pueden meter como merma y así no hay pérdida y no se lo cobran a nadie’. Sorprendido de que supiera esa información —cabe destacar que tengo amigos en Sam’s y Walmart y sé cómo se manejan las tiendas—, de inmediato cambió su tono de voz a uno prepotente: ‘pues hazle como quieras, no te los vas a llevar’. Pero a huevo yo me los iba a llevar, por lo que le contesté que mejor me los vendiera en el momento y se evitara que regresara al otro día con Profeco, obligándolo a tomarse una foto con los costales y conmigo para documentar.
Sólo así suavizó la voz y soltó el primer sablazo: ‘Llévate cinco y ahí muere’. Me negué, yo me iba a llevar los 18 costales. Así debatimos durante casi una hora. Le dije que esos errores son de la persona que supervisa piso, que los costales los usaría para una buena causa —para donarlos—, pero lejos de dar su brazo a torcer se fue poniendo más prepotente. ‘Pues ya te dije: hazle como quieras, pero de aquí no los vas a sacar’.
Volví al tema de la merma, explicándole —otra vez— todo y negándome a su oferta de los 10 costales. Su nerviosismo lo llevó a decir cosas como ‘ándale ya llévate 10 costales por 18.50 pesos’ a lo que le respondí: ‘date cuenta de tus errores, me estás ofreciendo 10 costales por 18.5 pesos te estás dando más en la madre tú solito, mejor háblale a tu gerente’.
Meditando su evidente error de aritmética, tomó su radio y le habló a la gerente, la cual llegó a los 10 minutos con una actitud muy profesional. Ahí viene la parte sorprendente: ¡Era mi vecina! Sí, esa vecina mamona que nunca nos habló, esa vecina que era la hija de la señora que nunca nos devolvía los balones cuando de niños jugábamos retas de futbol y que cuando se volaban a su casa jamás regresaban —infancia destruida—; la hija de la vecina que rompió mi sueño de ser Oliver Atom, de ser un súper campeón y de suspenderme media hora en el aire para lograr una chilena perfecta.
Después de otro rato de estira y afloja en el que no cedí ni un centímetro, la gerente accedió a autorizar la compra y se retiró con dignidad. El subgerente supongo que se ahogaba con sus lágrimas interiores; comenzaron a marcar mis costales, uno por uno, queriendo hacer lento el proceso para ver si con ello me arrepentía o me desesperaba, pero pues no: haciendo gala de mi paciencia, me compré un agua muy fría y unas Chip’s moradas en lo que ellos acababan el proceso de compra.
Tuvieron que llamar a la jefa de caja para que lo hiciera por que el cajero inepto no pudo, otra media hora de espera, pero aun así no fue un momento tedioso: ¡wey, tenía Chip’s moradas! Cuando por fin acabaron, saqué mis costales en el carrito que me prestó Soriana, cargué todo a mi camioneta y me fui muy contento con mi familia a mi casa.
Luego de esto, se puso a llenar bolsas de papel con croquetas, para quien pase, se las pueda llevar y con eso alimente a los perritos de la calle que encuentren a su paso, además de repartir en albergues y con algunas asociaciones.
Pero de inmediato, le empezaron a llegar mensajes, invitaciones a programas y noticieros, y sobre todo: la chica que le gusta le mandó un mensaje para tener una cita… ¡Un triunfo total!