Actualmente existe una diferencia dimensional entre los sueldos y las rentas de espacios para vivir, pues muchos jóvenes no logran ganar la cantidad para alquilar aunque sea un departamento pequeño, sin importar qué tanto hayan estudiado o se hayan preparado para la vida adulta.
Aimée Lê fue una estudiante de doctorado en la Royal Holloway, de la Universidad de Londres, que, como muchos estudiantes, tenía un trabajo como profesora que le ayudaba a mantenerse a flote. Pero lo que sus alumnos nunca supieron fue que su maestra vivió en una casa de campaña por dos años, pues sus ingresos no eran los suficientes para cubrir los gastos de un piso y sus estudios.
Aimée recibió una beca anual de la Royal Holloway por 16 mil libras esterlinas durante tres años para hacer su doctorado en grupos étnicos minoritarios en la literatura estadounidense. Además, pudo obtener una beca adicional de Estados Unidos, de donde es originaria, durante el primer año. Sin embargo, al ser estudiante internacional, tuvo que pagar ocho mil libras esterlinas al año en cuotas de la universidad, lo que la dejaba con 12 mil libras esterlinas para vivir, incluyendo su salario como maestra.
A final de su segundo año, ella estaba por administrarse en su alojamiento de posgrado, pero este fue cerrado por remodelaciones, obligándola a tener tres mil libras esterlinas extras para poder darse un techo. Desafortunadamente, no consiguió un lugar, pero decidida a no dejar sus estudios, tomó iniciativa propia y pidió prestada la casa de campaña de un amigo y comenzó a dormir en un campamento de protesta cerca del campus.
Hacía frío. Era una pequeña tienda de campaña para una sola persona, lo que significaba que después de un rato se hizo más cálida. Pero hubo días en los que recuerdo que me desperté y mi tienda estaba en un círculo de nieve. Cuando no estaba haciendo mi doctorado u otro trabajo, estaba aprendiendo a cortar leña o encender un fuego.
—Aimée Lê
Para Aimée, la vida no fue fácil, pues tuvo que resguardar su libros en su oficina de posgrado para que no se dañaran y se bañaba en la universidad. Además, las inclemencias del tiempo no se apiadaron de ella. Nunca quiso contarle nada a sus padres para no preocuparlos y les mintió diciéndoles que vivía en una granja ecológica. Sus alumnos y las autoridades de la universidad nunca supieron de la situación.
Tal vez si lo hubieran sabido, todo hubiera sido más fácil para Aimée, pues muchas universidades, incluyendo la suya, tienen fondos adicionales a los que los alumnos pueden acceder, que incluyen ayuda en caso de crisis y asesoramiento para su salud y bienestar para los niveles escolares en que los alumnos se encuentren, incluyendo el doctorado.
Creo que los estudiantes tenían todas las expectativas de que yo recibiera un salario por mi trabajo. Creo que eso es lo que asumen los estudiantes de todas partes: que somos profesores con contratos adecuados. Les dije que ese no era el caso, pero pensé que decirles que vivía afuera era un paso demasiado lejos.
—Aimée Lê
Aimée terminó su doctorado en 2018, fue tutora de escolares, trabajó en un jardín botánico y obtuvo un contrato de dos años para enseñar escritura creativa en la Universidad de Exeter. Actualmente vive con sus padres y está en búsqueda de un trabajo, pero tiene varias propuestas, incluida una en la Universidad de Cambridge. Pero la ahora doctora reconoce que la docencia siempre fue su pasión y es algo a lo que se ha adaptado bien.
La educación superior es uno de los sectores más informales de la economía británica. Hay al menos 75 mil empleados con contratos inseguros, explotados y mal pagados, “a menudo empujados al borde por equipos de alta dirección que dependen de la buena voluntad y la cultura del miedo”, reconoce Vicky Blake, presidenta de la University and College Union.