Sin duda, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, los días 6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente, son dos de las atrocidades más grandes que se han cometido. Durante el impacto de las armas más infames que ha conocido la humanidad, se borró de la existencia a 80 mil personas en Hiroshima y tres días después, a 40 mil personas en Nagasaki.
Con unas 215 mil muertes en total, ser parte de los sobrevivientes significó una enorme suerte y el hecho de sobrevivir a ambas es casi impensable, pero eso es justamente lo que vivió Tsutomu Yamaguchi, fallecido a los 93 años el 4 de enero de 2010. Él se sumergió y emergió del infierno nuclear en dos ocasiones y vivió para contárselo a generaciones futuras con la esperanza de evitar que se repitiera esa barbarie.
El lugar equivocado en el peor momento
Ingeniero de profesión y apenas con 29 años en 1945, la vida de Yamaguchi parecía transcurrir con normalidad, si bien a pasos acelerados, por ser época de guerra. El 6 de agosto de 1945, un viaje de negocios lo llevó a Hiroshima, justo a tiempo para sentir el horror del arma “destructora de mundos”. En el momento del impacto del Little Boy, un arma atómica de 16 kilotones, el ingeniero se encontraba a apenas a tres kilómetros del punto de impacto cuando se dirigía a su trabajo en Mitsubishi.
La explosión que vaporizó a miles y envenenó e hirió a decenas de miles más lastimó gravemente a Yamaguchi, quien sufrió quemaduras graves en gran parte de su cuerpo. Herido, asustado y devastado por el desolador paisaje de la otrora gran urbe, que estaba cubierta de polvo radioactivo y sus calles ofrecían escenas dantescas de muerte y desolación, el hombre huyó lo más lejos y rápido que pudo, de vuelta a casa… Nagasaki.
Y llueve sobre mojado, pero es lluvia negra
El edificio de Mitsubishi, a donde debía haber ido a trabajar, desapareció de la faz de la tierra, pero la estación de trenes seguía operativa, por lo que su siguiente paso lógico, dado que aún podía caminar, fue tomar el tren. Así, trágicamente, todas las prisas que el ingeniero tuvo para alcanzar su destino y el lugar amado solo sirvió para alcanzar la siguiente puerta al apocalipsis.
Cuando llegó a Nagasaki, el 8 de agosto, pudo ir a un hospital, donde se dio cuenta de lo mal que estaba, pero no hay descanso para los condenados y Mitsubishi lo citó a comparecer para explicar lo que ocurrió en Hiroshima. Justo cuando iba a dar explicaciones a sus jefes, una bomba más grande que la de Hiroshima, Fat Man, de 21 kilotones, impactó la ciudad. Parecía que el destino estaba empeñado en ver cuántos miles de toneladas de TNT podía sobrevivir Yamaguchi.
El milagro y el activismo que le siguió
En esta ocasión, aunque otra vez se encontraba a unos 3 km de la explosión, el edificio donde estaba contaba con paredes de concreto reforzado, que ahora le evitaron los peores efectos del ataque. Su siguiente impulso fue ir a buscar a su familia, quien sobrevivió debido a que no se encontraban en su casa (que desapareció por completo), pues habían salido de compras a conseguirle ungüento para sus heridas. La tremenda radiación que absorbió el cuerpo de Yamaguchi lo hizo enfermar, aunque eventualmente pudo recuperar la salud.
Luego de todas esas tragedias, la vida de Yamaguchi y su gente nunca volvió a ser la misma. Después de un periodo como educador, volvió a trabajar en Mitsubishi, pero aún quedaban pendientes asuntos qué arreglar respecto a la amenaza nuclear, por lo que en los 2000 habló públicamente en sus memorias sobre sus experiencias al sobrevivir el arma más destructiva del mundo. Pocos años después, Yamaguchi murió a los 93 años, con la esperanza de que el desarme nuclear no sea solo un sueño.