En agosto de 2002, Julián Hernández, de entonces cinco años de edad, desapareció de su casa en Alabama. Inmediatamente su madre lo reportó como perdido, luego de que el padre (con quien no estaba casado) dejó una nota diciendo que se lo había llevado .
Pasaron 12 años y el niño parecía haberse esfumado de la faz de la Tierra. Y aunque vivía felizmente con su padre, este le había dado otra identidad.
A través de los años, la madre de Julián nunca perdió la esperanza y esperaba poder reunirse con su hijo. Sin embargo, las pistas que le daban siempre llevaban a callejones sin salida.
Eso fue hasta que Julián cumplió 18 años de edad y empezó a llenar solicitudes para la universidad. De pronto notó que su número de seguro social no correspondía con su nombre, y ahí fue donde se dio cuenta de la terrible verdad.
Confundido por la mezcla de sus dos identidades, Julián le pidió a un concejal de la escuela que le ayudara a completar sus solicitudes, y fue cuando descubrió que estaba en la lista del Centro Nacional de Personas Perdidas y Niños Explotados. Entonces se dio cuenta que de niño había sido secuestrado por su propio padre.
Las autoridades dieron parte a la madre, y pronto se sintió feliz de escuchar que su niño estaba vivo y en buenas condiciones.
En un giro conmovedor, el joven perdonó a su padre y le pidió al juez que no lo encarcelara. Dijo que crecer sin su madre había sido muy doloroso, pero que “perder a mi padre me hará sufrir lo mismo de nuevo”.
Una fianza de 250 mil dólares fue establecida por el juez para que el padre salga de la cárcel. El Centro Nacional de Personas Perdidas y Niños Explotados aplaudió la acción de Julián por dar el primer paso para encontrar a su madre.