Se estima que al año, alrededor de 2 mil personas tienen que irse vivir en las calles de Los Ángeles, California. Además, entre el 6% y el 8% de esta gente sin hogar sufre algún desorden mental, y en promedio, mueren 30 años antes que el resto de la población.
Hace 13 años, el estadounidense Khalil Rafati era un indigente adicto a la heroína que vivía en las calles de Los Ángeles, pesaba 72 kilos y estaba cubierto de úlceras. Sin embargo, su historia es inspiradora.
Según narra en su libro I Forgot to Die (Olvidé morir), en 1990 se mudó a Los Ángeles para vender automóviles usados; sin embargo empezó a usar drogas y su vida se fue para abajo.
Se volvió adicto a la heroína y casi muere en 2001, cuando intencionalmente se inyectó una sobredosis de heroína en una fiesta en Malibú. Dos años después estuvo una temporada en la cárcel y de allí pasó a la calle.
“Llegué al fondo de todos los fondos. No había más que cavar, todas mis palas estaban rotas y no podía llegar más abajo, estaba acabado”.
Pero aun en lo más profundo, Rafati intentó volver a la sobriedad y a convertir su vida en un lugar mejor. Luego de desintoxicarse, fundó Riviera Recovery, una institución para adictos y alcohólicos; sin embargo, el momento que cambió su vida fue cuando un amigo lo introdujo al mundo de los jugos y los superalimentos.
Empezó haciendo sus propios smoothies, mismos que les vendía a sus parientes.
“Tenía la intención de sanar y darle más fuerza a los pacientes. La letargia cuando estás sobrio es brutal, especialmente cuando vienes de un largo periodo de uso de drogas duras”.
Con el paso del tiempo sus smoothies no sólo le funcionaron a sus pacientes, eran tan deliciosos que los residentes de los alrededores empezaron a comprarle.
“Mucha gente de fuera llegaba a Riviera Recovery para disfrutar de mis smoothies, incluso era un poco vergonzoso porque muchos no eran parte del programa”.
¿Así que qué hizo? Abrio su primer bar de jugos: SunLife Organics, una cadena ampliamente conocida y ubicada en seis distintos lugares de Los Ángeles.
Sin embargo, a pesar de vivir en las calles a volverse luego millonario, Rafati no olvida su pasado, y ahora contrata gente que necesita el tipo de ayuda que él buscaba hace 13 años.
“Desde el principio, él intentó mejorar mi vida”, dice Sache Coelho, adicta al OxyCotin antes de mudarse a Los Ángeles. “Él nos presiona en el mismo modo que lo haría un padre”, continuó.
La misión de Rafati es simple, es “amar, curar e inspirar”.