En Chile se encuentra el desierto Atacama, el más seco del mundo. Es muy raro que en este lugar llueva, pero cuando lo hace, el agua corre dando un respiro de vida a la árida tierra mientras a su paso logra levantar motas de colores visibles desde el aire. Aunque este escenario puede ser lindo, esa mancha de tonalidades no son flores, sino millones de toneladas de ropa desechada.
La ciudad portuaria de Iquique goza de una zona donde los productos importados son libres de impuestos. Por ello cada año, alrededor de 59 mil toneladas de ropa ingresan a Chile. Sin embargo, algunas prendas no se pueden vender, otras no llegan al consumidor y unas tantas más “pasan de moda”, por lo que aproximadamente 100 mil toneladas de ropa nueva terminan en vertederos en los desiertos.
Miles de prendas yacen en el desierto sin dueño, arremetidas por el sol y a la espera de que las regulaciones estatales contemplen legislaciones específicas sobre los desechos textiles, así como que permitan que las toneladas de ropa tengan un nuevo uso, reciclaje y se alargue la vida de artículos que tardan hasta 200 años en biodegradarse y que dejan residuos contaminantes para el medio ambiente, como los microplásticos.
En medio del desierto se encuentra “la toma”, un espacio inmenso lleno de casillas precarias en donde habitan mayormente venezolanos. Muchos de ellos llegaron a pie y aprovechan la ropa desechada para abastecerse o venderla. La venta de la ropa por los lugareños es algo común, pero ante más de 100 mil toneladas de desechos, la correcta conservación ambiental está en peligro.
Implicaciones medioambientales
Cada vez utilizamos menos nuestra ropa y compramos más prendas. Según datos de The Earthshot Prize, el uso de las prendas antes de ser desechadas se ha reducido un 36 por ciento. Esto no quiere decir que solo las usemos menos por gusto, sino que hay un factor que nos ha obligado a hacerlo de esta forma: la moda rápida. Esta tendencia vende prendas de menor calidad a un menor precio, pero que vienen, prácticamente, con una obsolescencia programada de aproximadamente dos años.
Una camisa o un pantalón se pueden ver muy coqueteos en el aparador, pero detrás de ellos hay una industria que requiere de millones de metros cúbicos de agua para funcionar. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tan solo para hacer unos jeans se requieren 7500 litros de agua, divididos entre el cultivo de algodón, proceso de entintado y decolorado. Esto lleva a la industria de la moda a ser la responsable del 20 por ciento del desperdicio del agua global.
Como ciudadanos globales tenemos un papel importante por desempeñar. Si continuamos trabajando con el enfoque de negocios actual, las emisiones de gases contaminantes de esta industria aumentarán casi un 50 por ciento para 2030.
—Elisa Tonda, jefa de la Unidad de Consumo y Producción del Programa de la ONU para el Medio Ambiente
El panorama es grave. El sector del vestido usa 93 mil millones de metros cúbicos de agua por año. Con eso podrían sobrevivir cinco millones de personas. Toda esa inversión de recursos puede terminar en un vertedero en el desierto, dando la espalda a una gran huella hídrica, así como su importante aporte a la emisión de gases de efecto invernadero: el ocho por ciento, solo con producción de ropa y calzado.
El desperdicio, no solo de recursos, sino del producto final, es enorme. Tanto que cada segundo se entierran o se incineran una cantidad de textiles equivalentes a un camión de basura. Lo más alarmante es que la cifra de producción cada vez es mayor. Solo entre el 2000 y 2014, la producción de ropa se duplicó.
El Programa de la Naciones Unidas para el Medio Ambiente estima que si nada cambia, para 2050, la industria de la moda consumirá una cuarta parte del presupuesto mundial de carbono.
Soluciones
Los habitantes de Alto Hospicio se consideran el último eslabón de la cadena. La ropa que se produce en China se consume en Europa o Estados Unidos y se desecha en Chile. Estefanía González, de Greenpeace Chile, dice que la ropa en el desierto de Atacama se basa en la idea de que es un lugar vacío.
Una de las formas en que Chile intenta evitar una sobreacumulación de residuos es con la llamada Ley de Responsabilidad Extendida del Productor, en la que se le exige a los productores hacerse cargo de los residuos generados. Esta ley está en proceso de implementación y se espera que para 2023 se aplique plenamente.
Otra solución es la de Franklin Zepeda, quien fundó Ecofibra, una empresa dedicada al tratamiento de textiles para su reciclaje y que tiene como proyecto la creación de hogares con textiles en desuso. Ecofibra tritura las prendas y con un tratamiento, logra que sean aislantes e ignífugas. Sin embargo, este desarrollo tecnológico disminuye el impacto ambiental, pero no acaba con las más de 100 mil toneladas de ropa en el desierto.
El problema es que la ropa no es biodegradable y tiene productos químicos, por lo que no es aceptada en los depósitos sanitarios municipales.
—Franklin Zepeda, fundador de EcoFibra
Aunque varias empresas de la industria textil han apostado por ser más sustentables con el medio ambiente, aún queda mucho que abarcar. Lo que necesitamos son mejores y más duraderas prendas no dependientes de una moda de temporada, así como conciencia social para un uso adecuado y prolongado de la ropa y su reutilización.