Pues ojalá un día de estos dios baje del cielo y me diga: “no te preocupes, hijo mío, yo me encargo del gasto, tú no te sulfures”; aparentemente hay quienes ya han tenido esa experiencia religiosa.
Una mujer colombiana se presentó en el mercado, y ya con todas las cosas del mandado a la mano, se le pidió que pagara el costo de la compra; la respuesta de ella dejó atónito al vendedor: “dios me dijo que no tenía que pagar”; sin escuchar razones, la mujer se negó a pagar, hasta que se salió con la suya cuando alguien más lo pagó todo. El video del suceso se volvió viral.
Los hechos
En el video se capta una discusión entre el vendedor de un supermercado que se niega a dejar que la “clienta” se lleve la bolsa con el mandado sin antes pagar; lo increíble es que la “compradora” está genuinamente indignada por la negativa del vendedor.
Cuando ya la situación de exigencias y súplicas se volvió demasiado patética para soportarla, una buena samaritana pagó por la compra de la beata quebrada; la reacción de la pedigüeña fue lo más sorprendente de todo, pues al finalmente conseguir su compra gratis, en lugar de agradecer a quien lo pagó todo, alabó al señor y censuró a quienes pusieron en duda sus alocadas declaraciones: “¿ya ven que sí me lo llevo?” dijo la mujer, a lo que el vendedor contestó: “pues sí, con plata sí”.
La más increíble “explicación”
La doña, que ya se llevaba muy campante su mandado, respondió a la petición de pago por parte del trabajador del mercado con un “no tengo dinero para pagar”, y cuando este trató de retirarle la bolsa a la mujer, aclarando que tenía que emitir un pago por su compra, ocurrió algo inesperado:
Con la más increíble explicación, la beata justificó su “derecho” a llevarse, de manera gratuita, todo lo que había puesto del mandado: “yo no tengo dinero para pagar, pero es que yo estaba orando y dios me dijo: ve al granero y allá tomas las cosas que necesitas, porque yo te las voy a dar”.
¿Esperas que me crea eso?
Estupefacto por el discurso, el despachador se quedó con el ojo cuadrado, y para asegurarse de que sus oídos no le estaban jugando bromas, pidió la aclaración: “¿me estás diciendo que dios te dijo que vinieras aquí a comprar tu comida gratis?”.
Lo peor de todo es que, en pocas palabras, ese era el argumento de la doña: quería que, sin chistar, la dejaran llevarse todo lo que necesitaba, porque “dios así se lo había dicho”, por lo cual ella contestó al atónito empleado: “sí señor, usted me tiene que dar esa bolsa”.
Sálgase de la fila por favor
Por más que la santa mujer seguía repitiendo el mismo sinsentido, haciendo aspavientos y mirando al cielo, ninguna luz divina descendía para iluminarla y darle la razón; el empleado había retirado ya la bolsa y estaba dispuesto a empezar a despachar para clientes que pagan, ignorando en medida de lo posible a la aprovechada.
La perorata religiosoide continuaba sin parar, ahora aderezada con “no tengo ni un centavo, tengo a mis hijos sin comer , ¿qué quieres que haga?”, a lo cual el hombre respondió: “pues trabaja”. Ella dijo, “yo estoy sola, ¿con quién voy a dejar a mis hijos?”.
Hágame el favor, señor
Los reclamos seguían, a gritos: “yo necesito esa compra”, y una clienta se acercó para pagar los productos que la mujer quejosa demandaba de mala manera. El trabajador le aclaró a su clienta que era injusto que pagara lo de otra persona, pero aún así, la generosa mujer le hizo la caridad a la beata, pagando los 23.13 dólares que aproximadamente costaba su mandado.
Finalmente, con la mercancía pagada, la famosa “bolsa del mandado” pasó a manos de la beata, tal y como dios le había dicho que ocurriría y solo hubo que pagar primero, santo remedio.
Pagan justos por pecadores
Uno hubiera creído que por lo menos esa caridad sería agradecida por la suplicante, pero al final del día, siguiendo con su acto (o con su locura, no lo sabemos) la mujer empezó alabanzas al señor, que le había cumplido su “milagrito”, mientras todos los presentes no podían creer lo que veían.
Por su parte, la mujer que realmente pagó por la compra, haciendo realidad así el portento que la gritona llevaba largo tiempo anunciando, se retiraba del establecimiento, incrédula ante la desfachatez e ingratitud de la beata limosnera, que actuó como si ni siquiera existiera. “¿Ya ven? Sin dinero, lo compré”, gritó triunfante y enfadada la conchuda, a lo cual el vendedor no se aguantó a contestar, “pues sí lo compró, pero con plata de alguien más”.