Hay habilidades peculiares que hacen a las personas destacar, como a Victor Lustig, quien tenía un talento especial para la estafa, tan así que se llegó a detectar que había utilizado 25 identidades diferente para sus crímenes. Era tan bueno en el arte del engaño que logró vender la Torre Eiffel y defraudar al mismísimo Al Capone. Este criminal fue arrestado a 20 años de prisión en Alcatraz, pero su historia aún resuena como la de uno de los más grandes falsificadores.
Victor nació el 4 de octubre de 1890 en el antiguo Imperio austrohúngaro, hoy República Checa. Era un hombre con extraordinarias habilidades para el bridge, póker y billar. Viajaba por el mundo en lujosos cruceros y participaba en los casinos más exclusivos y de la mano de Nicky Arnstein, uno de los mayores timadores del siglo XX, logró estafar a ricos comerciantes.
En 1925, cuando estaba en París, leyó en los diarios sobre los altos costos de mantenimiento de la Torre Eiffel, por lo que junto a su colega de fechorías, Dan Collins, armó un plan perfecto: vender la torre como fierro viejo al mejor postor. Haciéndose pasar por un funcionario de gobierno, Victor reunió a importantes chatarreros de la época para presentarles el proyecto.
En la reunión, Victor les explicó la situación por la que estaba pasando la torre y los problemas que podría causar en la sociedad. La licitación sería para que el comprador fuera el acreedor al metal de la construcción, así como tener la responsabilidad de tirarla. Eran siete mil toneladas de chatarra, un buen negocio si se llega a la cifra adecuada.
Victor había falsificado los papeles e incluso proporcionó documentos timbrados por el Ministerio de Postes y Telégrafos. Se presentó como el subdirector general de ese ministerio y su plan dio frutos. Le vendió la construcción no a quien dio más, sino al que se mostró más débil. Un hombre llamado André Poisson, incluso le dio un soborno por el trato.
Cuando Poisson se dio cuenta de la estafa, prefirió no denunciar. Por su parte, Victor salió huyendo a Viena, Austria, con el botín en las manos. Cuatro meses después regresó a Francia, donde volvió a aplicar el mismo engaño y volvió a triunfar con su plan. Recibió una gran suma de dinero, aunque esta vez lo descubrieron, pero él fue más rápido y huyó a Estados Unidos.
Sin duda, una de sus más grandes hazañas fue engañar al más grande capo de Chicago: Al Capone. Todo lo que sucedía en los casinos de la ciudad era conocido por Capone, así que Victor se hizo pasar por un respetable inversionista y logró reunirse con el criminal. Su encuentro fue en el Hotel Lexington, donde Capone se sintió confiado y le dio 50 000 dólares en efectivo sin chistar para realizar inversiones.
Victor llevó el dinero al banco, donde tenía una caja fuerte, y dos meses después fue a dar la cara con Al Capone. Pero el capo no recibió buenas noticias, pues el estafador le informó que una mala estrategia de negocios había terminado con todo el dinero. Capone estaba furioso, pero Victor respondió con valentía.
Señor Capone, usted ha tenido confianza en mí y yo lo defraudé. No soy un miserable y le voy a devolver su dinero. Si uno de sus hombres me acompaña al banco, retiraré el dinero de mi caja de seguridad para usted.
—Victor Lustig
Victor fue al banco y sacó los 50 000 dólares y se los dio a Capone. Pero antes de marcharse se lamentó de haber quedado arruinado y haberlo perdido todo. Cuando el capo escuchó los lloriqueos de Victor le ofreció darle cinco mil dólares para compensarle el daño. Todo de acuerdo al plan, pues el estafador no quería quedarse con todo el dinero, solo con una parte y su plan funcionó.
Su trabajo falsificando billetes también le fue muy rentable. El FBI informó que llegó a poner en circulación más de 134 millones de dólares en billetes falsos, lo que lo convirtió en uno de los criminales más buscados en Estados Unidos. Finalmente, cuando fue detenido lo llevaron al Centro Federal de Detención en Manhattan, de donde se fugó en 1935.
Los esfuerzos policíacos llevaron a su recaptura unos días después de su escape y fue condenado a 20 años, pero esta vez los pasaría en la prisión de Alcatraz, de donde nunca saldría. Algunos años después se reencontró con Al Capone, con quien llegó a conversar sin resentimientos. Finalmente, murió el 11 de marzo de 1947 por complicaciones de neumonía.
Debiste haber sido mi abogado —le soltó Capone.
No, en realidad, debí haber sido tu contador —respondió Lustig.