Si has ido a alguna galería de arte, seguro has visto esculturas de hombres con abdomen y pectorales considerables, pero con un pene pequeñísimo.
¿Te has preguntado por qué toda estatua antigua parece sufrir del mismo mal? La causa de esos pequeños apéndices no es alguna mutación o el agua que toman en Europa; la respuesta parece más interesante que obvia.
Al parecer lo más grande no siempre era lo mejor, pues según Ellen Oredsson, historiadora de arte, la mayoría pensaba que un pene más grande era sinónimo de un hombre tonto, lujurioso y feo.
En las épocas antiguas, el pene más pequeño aparentemente es sinónimo de un hombre más intelectual y racional. Estos ideales están documentados en la literatura antigua, como en Las Nubes de Aristófanes. Ahí escribe:
“Si haces estas cosas, te digo, y diriges tus esfuerzos a ellas, siempre tendrás un pecho brillante, piel brillante, amplios hombros, lengua pequeña, un trasero grande y un pene pequeño. Pero si sigues las prácticas actuales, en principio tendrás piel pálida, hombros pequeños, pecho flaco, una lengua grande, un trasero pequeño, un gran pene y un discurso muy largo.”
La gente de hace mucho tiempo creía que si el falo de un hombre era infinitesimal, había mayor oportunidad de que usara más su cerebro que su pene.
Por eso las estatuas como El David se ven así:
Y las de los tontos así…
Otra razón que vale la pena mencionar es que cuando la escultura se volvió una forma de arte, los pioneros pasaban más tiempo esculpiendo los músculos, los huesos y las expresiones faciales, que los órganos sexuales.
Eso no contradice tampoco la creencia de que más grande no era mejor en Grecia y Roma.