Los fines de semana son sinónimo de una buena carnita asada. Cada vez que el sábado se acerca es inevitable pensar en los cortes rojos chirriando en el asador, las salchichas dorándose, pasar un buen rato con los amigos o familia viendo un partido de futbol y beber cerveza.
Indiscutiblemente, una carne asada se trata de un evento familiar por excelencia, pero ¿por qué es el único día que papá cocina? ¿Por qué se enoja tanto si le tocan la parrilla? ¿Por qué el parrillero casi siempre es hombre? Un estudio de Universidad de Los Ángeles, California (UCLA) parece responder a estas grandes incógnitas.
El estudio, dirigido por los psicólogos Daniel Rosenfeld y Janet Tomiyama, se apoya en más de 1700 entrevistas a hombres norteamericanos de entre las edades de 17 y 88 años. El objetivo del estudio fue entender nuestros patrones de consumo a través de nuestros roles de género y señala que lograr un cambio en ellos puede ayudar a volver sustentables nuestros patrones de alimentación. Pues es bien sabido que la producción de carne consume una gran cantidad de recursos naturales como agua y tierras.
Los investigadores encontraron que el consumo de carne de los hombres está relacionado con una sensación de virilidad y con una autopercepción de la masculinidad. Además, habla de la conformidad que tenemos con nuestro género, es decir, asocia nuestros roles de género y hábitos a qué tan abiertos nos encontramos frente a opciones de alimentación como el veganismo. Por ejemplo, las razones por las que una mujer cambia su dieta de carne por una vegetariana suele ser por motivos de salud y belleza, mientras que los varones lo hacen por motivos ambientales, o sea que la práctica del veganismo no logra desmarcarse aún de los roles asignados como hombres y como mujeres.
Por esta razón los rituales como las parrilladas o carnes asadas refuerzan los roles, pero a la vez perpetúan un modo de alimentación que está acabando con los recursos de la Tierra. La infertilidad de los suelos debido a la siembra de monocultivo para alimento de ganado, así como las enormes cantidades de agua que se necesitan para producir la carne están detrás de estos hábitos de consumo de carne y de los papeles que jugamos en ellos. Se estima que para producir un kilo de carne de res se necesitan 15 400 litros de agua.
El estudio sugiere que al entender nuestras acciones como parte de un rol de género, podríamos dejar de relacionar ciertos patrones de alimentación con la masculinidad o la femineidad, lo cual ayudaría mucho al sostenimiento del planeta y al cuidado de los recursos. Pero tampoco son tajantes, ya que según los investigadores:
Estos hallazgos sugieren que comprender el consumo de carne requiere mayores distinciones entre tipos específicos de carne, así como una consideración más profunda de la heterogeneidad dentro del género.
Es indudable que la carne está asociada a ciertos valores e identidades, si no pregúntenle al norte de México, en especial a los de Monterrey. En fin, el cambio de nuestra dietas por salud y por razones ambientales no debería ser visto como un signo de poca masculinidad. Al final, se trata de reducir nuestros niveles de consumo para vivir mejor. No prender el carbón no debería poner tan nervioso a ningún hombre.