El “hombre del hoyo”, último sobreviviente de un genocidio llevado a cabo por granjeros brasileños en busca de reclamar tierras de la selva, finalmente ha dejado este mundo y con él ha desaparecido cualquier vestigio de su pueblo.
También conocido como “el indio del agujero” por autoridades brasileñas y medios de comunicación, el hombre vivió por años en la selva amazónica, aislándose a sí mismo con trampas y atacando con flechas a quienes se le acercaban demasiado. Esa soledad autoimpuesta evitó que se supieran el nombre de su tribu, su idioma e incluso su nombre. Su muerte en agosto de 2022 deja todo eso como un misterio.
Primeros avistamientos
Debido a que encontrar a un hombre en la selva amazónica es como el caso de la proverbial aguja en el pajar, es increíble que hayan encontrado a este hombre, que parece haber querido permanecer oculto, pero que fue visto por primera vez en 1996.
Dado que no hay forma de establecer realmente su identidad con pruebas objetivas, se ha teorizado que el hombre perteneció a una tribu cuyos territorios fueron completamente destruidos por bulldozers poco antes ese mismo año. El resto de la población de ese pueblo desapareció entre los 80 y 90 debido a la depredación de tierras en esa región, que inició a principios de la década de los 70.
Solo le conocían “los hoyos”
Su nombre se debe a los agujeros que se encontraban en todas las viviendas que iba abandonando conforme se movía de un lugar a otro. Además, se ignora su nombre o si es que tuvo alguno. Aunque tampoco se conoce la razón por la que excavaba en el suelo, existen muchas teorías al respecto.
Al principio se creía que los agujeros de unos 1.8 m de profundidad tenían la caza como objetivo, pero luego se consideró también la posibilidad de que fueran una defensa frente a las invasiones de su hogar. Finalmente se especuló que los estrechos y profundos agujeros podían haber tenido valor espiritual para su gente.
Una reserva de un solo hombre
Para 2007, el gobierno brasileño, por medio de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), estableció un área protegida de unas ocho mil hectáreas alrededor de los terrenos que frecuentaba el hombre para evitar que el mundo exterior lo dañara. El sujeto habitó en soledad esa tierra, el territorio Tanaru, por unos 26 años.
Posteriormente, ese terreno se amplió a unas 11 mil hectáreas y el FUNAI monitoreaba el área, así como la condición del hombre, para garantizar su seguridad y supervivencia. Sin embargo, estas medidas extremas fueron incapaces de resarcir el daño causado por los granjeros que provocaron su terrible situación.
Ermitaño agresivo… y con razón
A pesar de los recursos y esfuerzos dedicados a apoyar al “hombre del hoyo”, la realidad es que nada está garantizado y en 2009, el sujeto fue atacado por hombres equipados con armas de fuego. A pesar de que sobrevivió, el incidente seguramente no sirvió para fomentar la confianza en la gente de fuera.
Evidentemente sabía que estaba siendo vigilado a pesar de su empecinamiento en evitar el contacto con invasores. La FUNAI trató de ayudarlo en varias ocasiones, dándole herramientas y semillas para sobrevivir y a cambio, él no los atacaba y a veces hasta les advertía de peligros… siempre y cuando no se acercaran demasiado.
No ha sido el único
Existen muchos pueblos en el mundo que se han resistido al avance de la comunidad global en sus sociedades. La mayoría de esas naciones tratan con extrema violencia a los invasores, para defenderse, y ha habido heridos e incluso muertos entre pretendidos embajadores, misioneros, turistas y demás metiches que intentan hacer migas con (o aprovecharse de) los “pueblos sin contactar”, aunque, en general, esa gente solo quiere que la dejen en paz.
En Brasil, en 2017, se investigó la masacre de 10 miembros de un pueblo sin contactar, quienes fueron finados por gambusinos en busca de oro. En 2019, el misionero estadounidense Steve Campbell fue detenido por exponer a un pueblo a enfermedades potencialmente mortales al meterse en su territorio. Además, dos meses antes, en una isla del océano Índico, otro misionero, John Allen Chau, fue asaetado y muerto al intentar convertir a una tribu sentinelesa al cristianismo.
El final de un pueblo
El hombre, a quien se le calculaba una edad de unos 50 años, fue encontrado sin vida, recostado en una hamaca, rodeado de plumas pertenecientes a coloridas aves. El aspecto de ritual ha convencido a quienes lo encontraron de que el “hombre del hoyo” sabía que el fin estaba cerca y se preparó para su destino.
Así terminaron los 26 años de soledad que vivió este hombre. Visto con curiosidad por algunos, con compasión por otros e incluso con odio por quienes ambicionaban su tierra, su partida marca el final definitivo de su pueblo, del que ahora probablemente nunca se sabrá ya nada a ciencia cierta.