Aunque hablamos de algo “oscuro”, no nos referimos a un comportamiento asesino, violento o peligroso; al menos no para los demás, sino a esa profunda soledad que suele acompañar a las personas muy inteligentes, ya que muchas veces el camino del conocimiento se recorre solo.
Y es que estas personas parecen caer en un profundo vacío existencial que muy pocas veces puede llenarse, y ocasiona que caigan en problemas, cuando se supondría serían quienes más éxito deberían tener.
Como ejemplo, William James Sidis es considerada la persona más inteligente de la historia; desde niño mostró sorprendentes habilidades intelectuales, especialmente en matemáticas y en el dominio de diversas lenguas.
Hijo de los inmigrantes Sarah Mandelbaum Sidis y Boris Sidis, tenía un cociente intelectual estimado de entre 250 y 300 puntos. El rango de una persona considerada común se encuentra entre 90 y 110. Sus padres tuvieron que huir en 1898 de Rusia por motivos políticos; formaban parte de la comunidad judía rusa.
Su padre aplicó sus propios conocimientos de psicología en él para promover una alta capacidad intelectual. Con tan solo 18 meses de edad, el joven James podía leer el New York Times. A los ocho años conocía 8 idiomas, además de su lengua madre el inglés (latín, griego, francés, ruso, alemán, hebreo, turco y armenio), y a los 7 años inventó uno, el Vendergood.
Pasó el tercer curso de primaria en tres días. Escribió cuatro libros 2 de anatomía y 2 de astronomía entre los 4 y los 8 años. Antes de cumplir los 8 años fue aceptado en el MIT (Massachussetts Institute of Technology), y a los 11 años entró en la universidad de Harvard y era experto en matemáticas aplicadas. A los 16 años se graduó en medicina. Fue capaz de hablar cerca de 40 idiomas a la perfección hasta su muerte.
Falleció el 17 de julio de 1944 a los 46 años tras terminar su séptima y última carrera. Sin embargo, nunca pudo tener una vida familiar, nunca tuvo una pareja, no le interesaba hacer mucho contacto con otras personas y era bastante reservado… tal vez ser muy inteligente no ofrece la felicidad para el corazón. Pero, ¿por qué sucede esto?
Uno pensaría que las personas con un CI muy elevado, tendrían el mejor de los trabajos y la mejor de las vidas, pero esto no siempre es así. Incluso desde la escuela podemos encontrar niños muy inteligentes, pero que en lugar de ser admirados son considerados como “niños problema”.
Parece que el éxito social casi siempre se asocia a personalidades extrovertidas, pasionales, abiertas, con gran capacidad de diálogo, de atracción y superación personal. Sin embargo, según un estudio que se hizo ya en los años 50 y que nos ofreció unos datos que al día de hoy parecen seguir cumpliéndose, las personas que sobrepasan un CI de 170 se declaran infelices e insatisfechas.
Según ellos mismos afirman, a lo largo de su vida no tomaron las mejores decisiones o bien confiaron en personas que finalmente no los apoyaron, o nunca se sintieron verdaderamente satisfechos por cómo era su vida.
Aquellos alumnos con un CI elevado están pendientes de aspectos que van más allá de los que deberían tener los niños de su edad. Son muy sensibles a los problemas existenciales, parecen constantemente preocupados por temas que el resto ni tan solo perciben. Ello deriva, en ocasiones, en un rechazo social o en una sensación de “estar solos en el mundo”.
Muchos expertos indican que los niveles de estrés y ansiedad en los que suelen vivir los niños con altas capacidades o superdotados, son comparables con los de un adulto con muchas responsabilidades.
Keith Stanovich es un profesor de la Universidad de Toronto, un hombre que ha pasado más de una década estudiando a las personas con altas capacidades intelectuales. Según él mismo nos explica, es muy frecuente encontrarnos con las siguientes dimensiones.
La capacidad de tomar decisiones de forma correcta no está relacionada con la capacidad intelectual. Es frecuente ver a personas muy inteligentes preocupadas por cosas aparentemente irracionales que, lejos de aportarles un beneficio, profesional, personal, material o emocional, les perjudica.
Además, presentan lo que él llama “puntos ciegos mentales”. Es decir, a pesar de ser muy sensibles a temas existenciales, no son capaces de practicar una adecuada introspección, de valorar sus errores para enfocar las cosas de un modo más adecuado.
Pueden hacer daño a los demás sin darse cuenta, es muy difícil ofrecerles ayuda cuando lo necesitan porque se ven a sí mismos “autosuficientes”. Es decir, se combina una compleja sensación donde el sentirse incomprendidos se suma, además, al no “saber aceptar ayuda”.
Es cierto, no se puede generalizar y decir que todos los que tienen un alto CI son infelices, pero sí es cierto que un gran número de ellos ha padecido depresión, ansiedad o un sentimiento de vacío indefinible, que no pueden controlar.
Igor Grossman, profesor de la Universidad de Waterloo en Canadá, dice que antes de focalizarnos en el valor de la inteligencia, las personas deberíamos aprender a desarrollar un adecuado concepto de sabiduría, es decir, esa sencilla facultad para saber tomar las mejores decisiones, para saber cuidar mejor de nosotros mismos y de los demás, mediante una adecuada “Inteligencia Emocional”.
Los mejores sabios no son siempre los genios de la ciencia o las matemáticas, también lo son todos aquellos que saben disfrutar de la vida con humildad y felicidad.