Que una madre se ocupe de criar a su hijo sin que el padre tome la más mínima responsabilidad no es algo inaudito, así como tampoco lo es que los padres irresponsables nieguen a sus hijos, ya sea porque sienten vergüenza o porque son unos sinvergüenzas. Lo que no ocurre tan seguido es que ese padre que te desconoce sea un magnate ni que tú lo demandes millonariamente por daños y perjuicios.
Esta es la historia de Marcelo Urbano, un trabajador rural de 58 años, habitante de la provincia de Córdoba, en Argentina, quien descubrió que su padre biológico es Eduardo Lapania, un potentado de 85 años que aparentemente se aprovechó de su mamá y que nunca quiso, ni quiere ahora, saber de su “hijo ilegítimo”. Pero Marcelo está decidido a hacer pagar a su padre por sus abusos y reclama la tercera parte de su herencia (compartida con sus medios hermanos), así como casi 900 mil dólares en compensación por los males que le causó a su familia.
La búsqueda
Toda mi vida, mi madre me dijo que era hijo de un hombre (Eduardo Lapania), al cual contacté cuando yo era muy joven aún (21 años). (En ese entonces) me dijo que no era mi padre. Mi mamá tenía 19 años cuando lo conoció, ella tuvo una historia muy difícil: la internaron en un colegio de monjas y al salir, mi abuelo la dejó en la casa (de Lapania) para trabajar como empleada doméstica. No sé cómo haya sido, pero ella me dijo que fue sin su consentimiento y que a raíz de su embarazo, la despidieron, (dejándola en la calle). La historia de mi mamá nunca cambió y cuando ella se encontraba agonizando en su lecho de muerte, aún repetía que (Lapania) era mi padre. Iniciamos un juicio y luego de dos (pruebas) de ADN, resulta que efectivamente es mi padre.
Mis abogados dicen que (Lapania) es un empresario que exporta vino a Asia y Europa y que posee una bodega importantísima en Mendoza, desde donde transportan el 99 por ciento de su producción al mercado asiático. Son operaciones tan importantes que existe una aerolínea en la cual solo sirven vino (de la compañía de mí padre biológico). Yo viví en un lugar humilde, sin luz, agua ni baño, en el departamento Cruz del Eje, en un paraje. Me crio mi abuela, (…) quien era analfabeta. Para ella, escribir no era importante.
– Marcelo Urbano
Marcelo Urbano Lapania
Trabajador desde los 12 años, Marcelo ha tenido que luchar para llevar el pan a la mesa desde siempre. Su vida laboral se extiende por más de 46 años, hasta su trabajo más reciente, pintar un departamento en la ciudad de Córdoba, donde colocó cerámicos e impermeabilizó el techo. Sin embargo, este terminó a menos de una semana de ser ratificado legalmente como hijo del millonario.
De niño fui cartonero, mi vida fue muy campestre. Me desempeñé como empleado rural, (piscando) algodón, juntando aceitunas. Luego aprendí el oficio de albañil y me perfeccioné en impermeabilizar techos, a lo cual me dediqué en el Rosario, Santa Fe, La Rioja y Buenos Aires. Toda mi vida fue trabajar, una vida a los golpes, pero trabajando.
Ante la ley, Eduardo y Marcelo son padre e hijo
El 7 de abril, el Juzgado Civil Número 84 de Capital Federal dictaminó que Marcelo Urbano es hijo de Eduardo Lapania. Así, a Marcelo se le otorgó el apellido de aquel, llamándose ahora Marcelo Urbano Lapania.
Es (mi) padre biológico, (a pesar de que nunca tuvo contacto conmigo), me gustaría que (procurara tenerlo, por lo menos) con mis hijos. No puedo decir sinceramente que lo amo, que lo quiero, porque para mí es un desconocido que me despreció toda la vida. A pesar de habernos visto tres veces, (incluso entonces) me ignoró. Él ahora va a cumplir 85 años. A veces me pregunto, ¿a quién salí tan bueno con mis hijos y nietos si él realmente no quiere ni verme?
Eduardo Lapania
Confío en Argentina (como productor)(…) pues significa futbol, carne, tango y mujeres lindas. El vino es un buen embajador de la Argentina.
– Eduardo Lapania
Lapania es un “ciudadano modelo”: empresario, connoiseur y socialité, defensor a ultranza de la “producción argentina de vino, tango, futbol, carne… y mujeres”. Además, ha sido cónsul honorífico de Bélgica en Mendoza (sede de su empresa) y reconoce a dos hijos, pero a Marcelo Urbano lo negó desde que lo buscó por primera vez, en 1983, cuando Urbano tenía 21 años.
La diferencia con sus hermanos
Tanto Eduardo Lapania como sus “hijos legítimos” tuvieron una educación “de primera”, pasando por escuelas y universidades prestigiosas, son polítglotas que dominan hasta cinco idiomas y han tenido el privilegio de viajar por el mundo para ampliar sus horizontes, mientras que Marcelo tuvo que trabajar con sus propias manos, desde niño, para ayudar a la subsistencia de su familia.
(Yo) tengo buenos amigos, buenos hijos, unos nietos hermosos que eso no lo compra el dinero. Mi esposa es una mujer de hierro que siempre me acompaña, María Berta Carreras. Mis hijos todos han tenido acceso a la educación. Mi esposa es una persona instruida y luchamos todos para que pudieran estudiar. Ahora yo soy una persona grande y quiero que mis hijos reciban lo que les corresponde: (Lo que por ley es mío de la herencia de mi padre) será para mis hijos.
– Marcelo Urbano Lapania