El caso de Willie Francis, joven afroamericano de 16 años que fue condenado en 1945 a ejecución por silla eléctrica, es histórico por muchas razones, incluyendo el hecho de que su primer intento de ejecución se trató del primer fracaso en llevar a cabo una sentencia de muerte por electrocución en los Estados Unidos. Luego de que su ejecución fallara, el chico apeló para evitar pasar por eso otra vez, pero la Suprema Corte estadounidense rechazó su petición, por lo que fue finado en una segunda ejecución.
Sin embargo, su terrible destino, el clima de opacidad que llevó a su condena en primer lugar y el suplicio físico y mental que implica estar esperando una primera y luego una segunda ejecución luego de sufrir los horrores de la primera electrocución abrió los ojos a los historiadores a la terrible desigualdad de los derechos de las personas de color en ese periodo. Además, el testimonio del chico revela lo inhumano que resulta morir empleando la silla eléctrica, pues contó su experiencia durante el intento fallido antes de ser finalmente ejecutado en 1947.
Un caso frío y opaco
El crimen que supuestamente fue cometido por Willie Francis fue el asesinato de Andrew Thomas, el dueño de una farmacia en Martinville, Louisiana. Cabe destacar que el crimen no fue resuelto en caliente, sino que la investigación se mantuvo en el limbo por espacio de nueve meses y en agosto de 1945, Willie fue acusado del homicidio por su cercanía a Thomas (había sido empleado del farmacéutico) luego de que fue detenido en Port Arthur Texas por un delito completamente sin relación al asesinato: se sospechaba que estaba involucrado en tráfico de sustancias.
En un proceso opaco y expedito, en que la defensa lo dejó indefenso frente a las acusaciones, fue declarado culpable de la muerte de Andrew Thomas, quien fue acribillado afuera de su casa. Las autoridades tomaron dos confesiones escritas por Willie como “prueba irrefutable del crimen”, aunque el joven se declaró inocente durante el juicio y la evidencia física de su culpabilidad desapareció antes de que comenzara el proceso legal. Luego de dos días de iniciar el juicio, fue declarado culpable y condenado a muerte por 12 jurados (todos caucásicos, claro), sin nada concreto que probara su culpabilidad.
El alcohol y la electricidad no se mezclan
Ya todo listo y dispuesto para acabar con la vida del joven, a pesar de que él insistía en su inocencia y de que la policía se había negado a seguir otras líneas de investigación, la ejecución de Willie se programó para el 9 de mayo de 1946, por medio de la silla eléctrica. Todo habría terminado ahí, con un condenado a muerte más que aseguraba su inocencia hasta el último aliento, de no ser por la ineptitud e irresponsabilidad de los encargados de la ejecución, quienes se emborracharon la noche anterior, lo que provocó que los preparativos fueran menos que “perfectos” para la puesta en marcha del dispositivo de ejecución, una silla eléctrica apodada “la Espantosa Gertie” (Gruesome Gertie).
Según narra Gilbert King, autor del libro La ejecución de Willie Francis: raza, asesinato y la búsqueda de la justicia en el sur estadounidense, cuando pusieron en marcha la máquina con la despedida “Adiós, Willie”, el joven se convulsionó y tembló en la silla, que empezó a moverse mientras el joven intentaba liberarse. La inusual escena hizo que detuvieran la máquina, pero cuando el chico dijo que no podía respirar, el ejecutor volvió a encender la máquina, que no logró acabar con el chico, solo le causó evidente dolor. Willie pedía a gritos que le quitaran la máscara, pues no podía respirar. El ejecutor le contestó a Willie que “no se suponía que debía respirar” y dejó la corriente al menos 30 segundos más, cuando el condenado gritó “No estoy muriendo”. A esas alturas, el horrendo circo se detuvo, apagando la corriente asesina. El chico no moriría ese día.
La prensa y el “Suertudo Willie Francis”
Luego de la fallida ejecución, la prensa apodaría “Suertudo Willie Francis” al chico que salió con vida del intento de ejecución, pero, en palabras de la misma víctima de la ineptitud de los ejecutores, la experiencia fue un verdadero infierno y una violación a sus derechos humanos y para nada un “golpe de suerte”, pues, a diferencia de la creencia popular, no eres exonerado automáticamente luego de sobrevivir a un intento de ejecución, solo te reprograman la pena. El muchacho explicó lo que había sufrido para que al menos se reconsiderara la responsabilidad del estado de revisar su caso:
Sentí que millares de agujas me atravesaban y mi pierna izquierda era cortada por una hoja de navaja mientras mis brazos saltaban a mis lados. En un momento pensé que volcaría la silla… supongo que grité que pararan; me dicen que grité ‘Quítenmelo’ y, sin duda, eso era lo que quería en ese momento, que apagaran la silla.
– Willie Francis tras la fallida ejecución
Luego de la terrible experiencia, Willie apeló ante la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos por diversas violaciones a sus derechos, como fallar en la igualdad de protección, sufrir doble incriminación y ser sujeto a castigos crueles e inusitados. A pesar de que su apelación fue rechazada, el juez Felix Frankfurter, quien emitió el voto decisivo para volver a electrocutar al joven (quedaron 4-5), pidió al gobernador de Louisiana que conmutara la pena capital por otro castigo menor, lo que fue rechazado. Willie finalmente fue ejecutado el 9 de mayo de 1947.