Las anécdotas que suceden en las borracheras siempre son dignas de rememorarse, ya sea que hayas llamado a tu ex, adoptado a un perrito de la calle o sido detenido por orinar en la vía pública. Pero las mejores anécdotas son aquellas en las que alguien se pone tan mal que se le borra el casete y termina en otro país o ciudad, a cientos o miles de kilómetros de distancia de su hogar y no recuerda cómo llegó ahí.
Todos hemos escuchado este tipo de historias, muchas de ellas se hacen virales y se olvidan al poco tiempo, pero VICE encontró a los protagonistas de algunas de estas graciosas e inesperadas anécdotas para averiguar cómo terminó su hazaña y si realmente despertaron en otro lugar después de la fiesta.
1. Alex, de Inglaterra
“Una noche, mi amigo y yo decidimos visitar algunos bares en Chelmsford, Inglaterra. Después de muchas bebidas, había perdido a mi amigo y estaba viendo pasar el autobús X30. Ese autobús te lleva directamente al aeropuerto de Stansted por poco más de 10 libras (13 dólares). En ese momento pensé que sería una buena idea reservar un vuelo de última hora a través de mi teléfono y terminar en un lugar menos sucio, frío y lluvioso que Chelmsford. Eso podría ser cualquier lugar cercano, pero el destino que elegí fue Barcelona.
Después de abordar mi vuelo, quedarme dormido y despertar, de repente me di cuenta de la gravedad y seriedad de la decisión que había tomado. Todo lo que tenía encima era una botella de agua vacía, la ropa que llevaba puesta, una billetera y un teléfono. ¡Bajé del avión oliendo a alcohol! Todavía con resaca de la noche anterior, llamé a mis padres. Mi papá me aconsejó que pasara unos días allí, así que reservé un vuelo de regreso para tres noches más tarde y pasé los días siguientes explorando Barcelona, hablando con la gente y disfrutando del clima y la comida. Luego regresaba a mi hotel después de la cena para lavar mi ropa en la ducha, ya que no tenía repuestos.
En general, mi viaje me enseñó a disfrutar de mi propia compañía y a no preocuparme por lo que piensen los demás. Después de todo, si no te mata ni te mete en problemas, ¿qué tan malo puede ser realmente? Ese es mi nuevo lema”.
2. Sam, de Australia
“Todo comenzó en un pequeño puerto francés en la ciudad de Beaulieu-sur-Mer. Dos compañeros y yo habíamos salido del trabajo un viernes por la tarde y fuimos directamente a la playa después de comprar unas cuantas cervezas. Puedo recordar todo nuestro tiempo en la playa e incluso cuando recogimos la basura y la echamos al basurero. Habíamos hablado de ir a Mónaco y salir por la noche a este club del que habíamos oído hablar, La Rascasse, pero dudaba que fuera a suceder alguna vez porque estábamos demasiado borrachos para llegar allí. Fue entonces cuando perdí la noción de lo que pasó.
Pasadas unas seis horas, me desperté en un hospital en la cima de un enorme acantilado con vistas al puerto de Mónaco. Las enfermeras me dijeron que la policía me había dejado y yo insistí en que debía salir del hospital porque tenía que estar de vuelta en el trabajo a las 8 de la mañana. Recuerdo que intenté irme y las enfermeras amenazaron con llamar a la policía, diciendo que no estaba lo suficientemente sobrio como para volver a Francia.
Estaba bastante bien, excepto por las rodillas raspadas y un gran bulto en la frente. Mi ropa estaba en una bolsa de plástico en el piso, Dios sabe dónde estaban mis zapatos, así que una vez que las enfermeras se fueron, me vestí, salí por la ventana y corrí confuso y descalzo cuesta abajo en busca de una estación de tren. Cuando llegué a la calle principal, una chica que conocía del trabajo me gritó desde el otro lado de la calle. Eran alrededor de las 6 de la mañana; ella había estado fuera toda la noche y dijo que me vio en La Rascasse. Me preguntó si estaba bien y me llevó hacia la estación, pero también me tomó una foto y me pareció gracioso que todavía tuviera el suero colgando de mi brazo. Y, por si se lo preguntan, llegué al trabajo a tiempo”.
3. Tom, de Australia
“Tenía unos 17 años y salí con mi mejor amigo, Daniel, a beber. En cierto punto nos pusimos bastante borrachos, y la mayoría de nuestros amigos habían hecho lo responsable y se fueron a casa a descansar. En nuestra parada del autobús también se detenía el que llevaba al aeropuerto, así que cuando llegó, Daniel planteó la idea de tomar el próximo vuelo a Melbourne. Entonces, en lugar de irnos a casa, tomamos el autobús hacia el aeropuerto. Lo siguiente que supimos fue que habíamos llegado a la gélida isla de Tasmania.
Con la cantidad de dinero que nos sobró compramos unas excéntricas gorras, fuimos a un campo de golf y alquilamos un carrito de golf, dejándonos con menos de 10 dólares para la comida. Ni siquiera jugamos golf; simplemente dimos vueltas discutiendo lo idiotas que éramos. Volamos de regreso completamente agotados y deshidratados. No creo que alguna vez me haya arrepentido tanto de algo en mi vida”.
4. Jordan, de Inglaterra
“Un fin de semana fui a la despedida de soltero de mi cuñado en Munich, Alemania. Pagamos un hotel por 22 dólares la noche que nos dio una pulsera con la que podíamos consumir lo que quisiéramos donde quisiéramos y sería cargado a nuestra cuenta. También incluía la dirección del hotel por si nos perdíamos, así que no me hice responsable de mi teléfono o billetera y los dejé en el hotel. Después de muchos tragos había perdido a mi grupo, así que me subí a un taxi y le mostré al conductor mi muñeca, la cual ya no tenía la pulsera, y me terminó echando del auto”.
Después de otros 20 minutos de probar numerosos taxis en vano, probé suerte con el conductor de una camioneta que llevaba a todos a sus hoteles. Le rogué que me dejara subir, esperando que hubiera una posibilidad de que pasara por el hotel del que no recordaba el nombre o la dirección, pero me dijo que no. Así que di la vuelta al coche y cuando el conductor me dio la espalda, me escondí en el portaequipaje, detrás de una maleta, hasta que se cerró la puerta.
Cuando la puerta del equipaje finalmente se abrió, como cinco horas después, salté y corrí en círculos, tratando de orientarme. Noté las señales de ‘Zurich’ y pensé que debía ser una ciudad en Alemania, hasta que noté las banderas de Suiza. Después de caminar alrededor de una hora, decidí ir a la policía. Le conté la historia a un oficial y él le contó la historia a sus colegas suizos en francés. Toda la comisaría se echó a reír. Me dio unos bocadillos, cigarrillos y una carta para entregar al inspector de boletos del tren. Cuando llegué a Múnich no tenía teléfono ni dinero ni idea de dónde estaba, así que caminé durante horas hasta que di con la estación de tren en la que nos habíamos bajado cuando llegamos, el club donde empezamos la fiesta y finalmente el p*to hotel”.