Separarse de los grandes grupos humanos siempre ha sido mal visto, pues en ese acto de huida se ve el signo del castigo, la persecución o la locura. Los mitos antiguos nos enseñan que aquellos que se separan de la comunidad mueren olvidados y se consideran seres perversos e indeseables. Si una tragedia griega trata esclarecedoramente el tema de la deserción es la de Hipólito de Eurípides y si una frase de canción nos tuviera que recordar la tragedia del personaje de Eurípides, tendría que ser esta de Cerati: “Separarse de la especie por algo superior no es soberbia, es amor”.
Los motivos que llevaron a la familia Lykov a internarse en las zonas agrestes de Rusia para separarse del rebaño son idénticas a las razones místicas detrás del aislamiento de Hipólito y de Cerati. Esta singular familia buscó refugio en la región que comúnmente funcionaba como prisión durante el régimen despótico de Stalin: Siberia. Integrados por cuatro miembros, los Lykov tuvieron que huir cuando Joseph Stalin desató una persecución en contra de la población que no comulgara con los ideales políticos y religiosos de su dictadura.
Los Lykov formaban parte de una religión ultra ortodoxa que se apegaba a los dogmas cristianos de comportamiento y no reconocían otra otra ley o autoridad que no fuesen la biblia y Dios. Esto era, con seguridad, el tipo de disidencia religiosa que ofendían a Stalin y al estado soviético.
En los albores del siglo XVII, la iglesia ortodoxa rusa hizo algunos cambios en sus dogmas, reformas que cierto grupo no aceptó y se separaron para llamarse “los viejos creyentes”, rama ultra ortodoxa con la que comulgaban los Lykov, quienes no aceptaban el baile, la música, el alcohol y el tabaco, es decir, despreciaban todo placer mundano.
La familia Lykov constaba de seis integrantes: los padres, Karp Lykov y Akulina, con sus cuatro hijos, dos varones y dos mujeres, que fueron criados en la taiga siberiana bajo las rígidas directrices de su religión. El clan Lykov fue descubierto en el año 1978 por un grupo de geólogos que exploraban la zona siberiana en busca de asentamientos de petróleo y gas natural. Se encontraban cerca de la frontera con Mongolia y Kazajistán, donde habían pasado 40 años sin comunicación alguna, sin saber que Stalin había muerto y que había ocurrido la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los intereses de la población rusa, tras hacerse pública la presencia de los Lykov, era saber cómo habían logrado sobrevivir al infernal clima de Siberia durante tantos años. Precisamente, los investigadores describieron las penalidades a las que habían sido sometidos por el duro invierno siberiano. Su casa tenía piso de paja, no tenían ventanas, se vestían con pieles de los animales que cazaban y a veces no contaban con calzado, incluso caminaban sobre la nieve descalzos. Se alimentaban de los escasos frutos que ofrecía su entorno y de una huerta que habían establecido, pero que les era difícil mantener debido a las heladas condiciones climáticas y a la intrusión de animales.
Una de las cosas por las que agradecieron a los geólogos fue por el regalo de una bolsa de sal, diciendo que “fue una tortura vivir todos estos años sin ella”. Sin duda, la vida de los Lykov resultó durísima, pues era el precio de su desencuentro con la civilización. La mala alimentación les trajo problemas de salud que culminaron en sus muertes. Ahora sólo sobrevive Agafia Lykova, de 70 y tantos años, pero también padece varias enfermedades. Además, aunque recibe ayuda, sigue rechazando las costumbres de la sociedad moderna. Incluso pide que los alimentos que le son donados no lleven código de barras, pues en esa secuencia de números y líneas ve un signo de la bestia.
Los Lykov se separaron de la sociedad por una persecución política, pero también por convicciones propias, una fe que hasta el día de hoy, Agafia Lykova mantiene y le sigue causando problemas. En su búsqueda de la pureza ha encontrado retos insuperables. La vida ascética le ha mantenido a salvo del pecado e ignorante de los horrores del mundo, pero esto le costó estragos en su salud. Separarse de la especie por algo superior no es algo fácil, no es soberbia, sino es dolor.
Resulta curiosa la extraña relación que los Lykov establecieron con la tecnología a partir de su contacto con los geólogos. Parecían asombrados ante los avances técnicos, la televisión, los satélites, las cámaras de vídeo eran cosas que parecían no rechazar. Ahora, Agafia Lykova parece afianzar esa relación. Ese contacto mínimo con el mundo a través de sus instrumentos avanzados quizá se deba a ese trauma de haber vivido más de 40 años sin herramientas para hacer su vida más cómoda. Tal vez, sea solo la bondad y el alma humana que se reconoce y agradece a través de la tecnología.