Cuando hablamos del lenguaje, no podemos evitar pensar en los intelectuales franceses, pues a lo largo del tiempo, estos han revolucionado la manera en que lo entendemos. Personajes como Michel Foucault han develado de buena manera a la lengua como un dispositivo que nos oprime como sociedad o que nos homogeniza. Por otro lado, Pierre Bourdieu dijo que si bien la lengua oficial nos apresa con sus gramáticas y nos separa socialmente dependiendo de su buena o mala comprensión, se vuelve una herramientas necesaria para la sobrevivencia y la inclusión en la oficialidad del Estado.
Estas dos posturas parecen cobrar mucho significado ahora que el ministro de Educación en Francia, Jean Michel Blanquer, vetó el lenguaje “inclusivo”, pues, según el funcionario, la adopción de este con sus terminaciones en “e” entorpece el proceso de aprendizaje del francés de los niños y personas con discapacidad o problemas de aprendizaje en las escuelas francesas.
En un boletín oficial, Blanquer presentó como principal argumento la afirmación de que se añade una complejidad innecesaria para la mejor adopción del idioma francés, que dificulta el desarrollo de los niños y vuelve más difícil la tarea de los maestros que enseñan a los pequeños. En realidad, el lenguaje inclusivo se hace notar a través de la fragmentación de palabras con un punto en la escritura francesa, como bien lo dice la circular de Jean Michel Blanquer:
Utiliza notablemente el punto medio para revelar simultáneamente las formas femenina y masculina de una palabra usada en forma masculina cuando se usa en un sentido genérico.
En el ámbito de la educación, Blanquer dice que debe “evitarse el recurso a la llamada lengua inclusiva”. Además, llama escollos artificiales a las propuestas del lenguaje inclusivo, tal vez olvidando que la lengua y la escritura son de por sí prótesis humanas o cosas artificiales.
Esta escritura, que se traduce en la fragmentación de palabras y acuerdos, constituye un obstáculo para la lectura y comprensión de la palabra escrita. La imposibilidad de transcribir textos verbalmente utilizando este tipo de escritura dificulta tanto la lectura en voz alta como la pronunciación y, en consecuencia, el aprendizaje, especialmente para los más pequeños.
Desde su publicación, el boletín del ministro ha dado punto de partida a diversos debates, pues parece ser que su principal estrategia es escudar el valor de la lengua francesa en la figura de las personas con discapacidad, cuando en todo el mundo hay más personas que no tienen acceso a educación sin padecer ningún tipo de impedimento.
El ministro también escribió que “El aprendizaje y el dominio del francés contribuyen a luchar contra los estereotipos y garantizan la igualdad de oportunidades de todos los alumnos”, cosa que desde el punto de vista de Bourdieu tan solo sería una verdad a medias. Sería engañoso en parte porque la lengua no busca la individualidad, sino la homogenización de la población y, por otro lado, es bien entendible que un manejo de la norma gramatical ayude, a quien la domine, a acceder a los recursos del estado, ya sean becas, escuelas, préstamos, proyectos productivos o trabajos.
Así que las palabras del ministro de Educación nos dejan en la misma división entre los que están de acuerdo con el lenguaje inclusivo y los que no. Parece ser que esta medida tan solo tensa más la cuerda del debate y polariza aun más a los sectores de la población. Aunque, al final, se trate nada más que de una obviedad, pues así como lo escribe en su comunicado, la lengua es un tesoro más del Estado que precisamente se ha insertado en nosotros y ha cambiado con nosotros, a golpe de reyertas e instrumentalización y no de diccionarios. Por eso le damos el 50 por ciento de la razón al ministro.
Nuestro idioma es un tesoro precioso que queremos compartir con todos nuestros alumnos, en su belleza y fluidez, sin reyertas y sin instrumentalización.