De todas las cosas que la Unión Soviética pudo hacer en su época de esplendor, prohibir la música de manera tajante durante la Guerra Fría fue la que menos entendemos. En esta parte del mundo y en ese tiempo no había muchas cosas que hacer para mantenerse entretenido que no implicara beber anticongelante para motores o fumar tabaco disfrazados de cartulinas.
El principal motivo por el que se dio esta prohibición es porque el Estado intentó a toda costa protegerse en contra de toda influencia cultural proveniente de Occidente, pero ¿qué fue exactamente lo que censuraron?
Prácticamente todo lo que sonaba en la época. El tango, mambo, foxtrot y los ritmos latinos no eran aceptados debido a que las autoridades de aquel entonces creían que la sensualidad emanada por ese tipo de música transgredía el pudor en la gente joven. Si eso era con estos ritmos, desde luego que el jazz y rock ‘n’ roll también fueron prohibidos.
Esto dio origen a un movimiento subterráneo y oscuro en el que si alguien tenía la oportunidad de viajar al extranjero o tenía un conocido fuera del país, podía conseguir material auditivo y poder reproducirlo.
Quienes también fueron parte importante en esta historia son los estudiantes que llegaban a la Unión Soviética provenientes de otras partes del mundo para recibir formación académica, quienes formaron pequeños grupos que proliferaron rápidamente para vender el material auditivo.
La etapa más dura de todo esto fue durante las décadas de los cincuenta y sesenta en las que se obligaba a los oídos soviéticos a conformarse únicamente escuchando artistas nacionales que recibían el visto bueno de las autoridades nacionales, el jazz teatral del lugar alejado vertiginosamente de las propuestas musicales de Art Blakey y Thelonious Monk.
Esto dio origen a que la música extranjera se convirtiera en el principal motor de un mercado underground dirigido por marineros que arribaban al lugar, actores y demás gente que traficaban con los vinilos del exterior.
El problema fue que al ser una operación peligrosa, este comercio clandestino provocó que el valor de los discos alcanzara precios exorbitantes para el trabajador promedio, quien tenía la necesidad de comer tres veces al día y conservar sus órganos dentro de su cuerpo, hasta que llegaron dos héroes sin capa que comenzaron a tallar música en los huesos de la gente.
Los responsables fueron Ruslan Bugaslovski y Boris Taigin, dos fanáticos melómanos nativos de Leningrado que idearon un método bastante ingenioso, sencillo pero efectivo con el que se podía duplicar canciones de forma barata. Aquella pareja se propuso a experimentar con radiografías encontradas en la basura de los hospitales. Aprovecharon que el material era maleable y ayudados por un aparato de manufactura propia comenzaron a reproducir los surcos de los vinilos, creando así copias de estos.
Aquellas radiografías comenzaron a convertirse en LP debido al ingenio de dos jóvenes que cortaban manualmente la circunferencia del disco y perforaban el centro de este con un cigarrillo encendido.
El resultado era un producto de vida muy corta y mínima calidad, pero era posible grabar los surcos sobre una de las caras de la radiografía y las pistas se iban desgastando cada vez que se escuchaban. Esto se convirtió en la principal vía para escuchar música prohibida al ofrecer un camuflaje capaz de pasar desapercibido ante los ojos de la autoridad y ser un producto de muy bajo costo.
Este peculiar formato hizo que los discos fueran llamados con nombres de inspiración osteópata como Música de hueso o Jazz en los huesos. Sin embargo, cuando el Estado descubrió todo este movimiento, tomó medidas drásticas en contra de quien se dedicaba a la promoción del material, dándoles cacería para después llevarlos a la cárcel e imputar condenas que iban de los tres a los cinco años.
Dentro de todo lo trágico y heroico que esto pudiera resultar, también lo chusco se hizo notar, pues fue a través de estas “costillas rotas” que la música extranjera logró posicionarse furtivamente en la Unión Soviética. Los veranos en los que los Beach Boys eran las estrellas llegaron a los hogares escritos sobre los huesos fracturados de la población, los tocadiscos giraban y movían al son de Elvis Presley y los cráneos se sacudían al estruendoso ritmo de su majestad satánica Black Sabbath.
El tiempo ha pasado y este tipo de sucesos ha dejado una profunda marca en la historia de la humanidad. En este caso muy particular nos dimos cuenta de que el rock, género musical rebelde por naturaleza y excelencia, no desapareció en ningún momento, al contrario, encontró la manera de subsistir en este tipo de situaciones y emerger con más fuerza.