Desde la antigüedad, los frutos y los alimentos han sido considerados elementos que se ofrecen a los dioses y a los muertos. La comida es sagrada y aunque, en general, solo sea un tributo o deferencia para con las divinidades, señala el nexo entre el dios y su pueblo, como la vida, que en la tradición cristiana representa al pueblo de Israel o, en casos más complejos, la tuna, que es el corazón ofrecido por los aztecas a los dioses.
En 1968, en medio de la revolución cultural china, un gesto del dirigente Mao Zedong fue tomado con completa veneración y religiosidad por parte de los trabajadores de la recientemente fundada República Popular China. Zedong les regaló unos mangos, que a su vez le había dado el presidente pakistaní, a unos trabajadores, para quienes el obsequio representaba la bondad con la que el dirigente pensaba en el pueblo. Y así inició la fiebre del mango dorado.
Esta ofrenda fue vista como un acto paternal y, pronto, el mango pasó a ser visto como una extensión o presencia simbólica de Zedong. El mango como fruta comenzó a ser venerado y apreciado por los simpatizantes comunistas y adquirió un halo místico y religioso que precisamente simbolizaba la unión entre el pueblo chino y su presidente.
El regalo se lo había hecho Mao a los trabajadores de la Universidad Tsinghua, en Pekín, por haber controlado las protestas de los estudiantes que habían tomado la institución. La revolución cultural fue el intento de Zedong por modernizar China y luchar contra el conservadurismo y la historia imperial de la nación. Para esto, se alentó a campesinos y jóvenes a destruir tesoros milenarios y documentos históricos. Además, se creó una gran división entre la clase mala (clases medias, burguesas) y clases buenas (campesinado).
No resulta extraño que el mango se haya mistificado, pues una fuerte campaña propagandística se cernía sobre el pueblo chino desde la conformación de la República Popular China en 1949. La revolución se dedicó principalmente a encauzar las costumbres y tradiciones, los libros de textos, la enseñanza y las expresiones artísticas hacia los ideales marxistas-leninistas de Mao Zedong, por lo que desde un inicio, la figura de Zedong fue objeto de una gran mitificación, en la que incluso se le llegó a comparar con el sol.
El experimento de adoctrinamiento de masas que se había desplegado en China era de una magnitud impresionante y era el principal cometido del gobierno en turno. Para ello se habían valido de una gran estrategia de medios y comunicación como: La agitación oral, sistema de altavoces con alcance a casi todos los pueblos, creación de una cadena de radiodifusoras para las movilizaciones militares, sistema telefónico para asuntos oficiales, red de exhibición de películas de corte revolucionario, boletines de información de noticias internacionales, periódicos murales con consignas breves, creación de un departamento de propaganda, periódicos gremiales y servicios de prensa a partir de la Agencia de Noticias Nueva China.
Curiosamente, el mango pasó a ocupar el lugar religioso que la propia guardia roja de Mao había atacado al destruir pagodas, templos y manuscritos milenarios. El vacío que habían dejado en las personas el adoctrinamiento y la destrucción de su pasado fue llenado con el mango. La historia personal de Mao fue ensalzada en diversos textos, afiches, películas y por eso se convirtió en el centro de un nuevo culto y en el sostén de la República Popular China.
La fiebre del mango dorado duró 18 meses, tiempo en el que la fruta fue venerada como reliquia, pues los trabajadores la conservaban en formol, aparecía en los grandes desfiles de las fiestas nacionales y se fabricaron réplicas de cera ceremoniales. Además, se creó toda una línea de mercancías relacionadas con la fruta, como si se tratara de figuras de Marvel o de Star Wars.
Esta extraña mezcla religiosa y propagandística que se basaba en el mango terminó por deshacerse cuando los conflictos crecientes por el autoritarismo, la férrea persecución de los disidentes, la tortura, la desconfianza y el hartazgo sobre un pensamiento unilateral alcanzaron sus límites hasta desembocar en fuertes conflictos internos. Además, quienes participaron de este culto nunca supieron que a Mao le disgustaba el mango.
La revolución cultural acabó en 1969 y para entonces, los conflictos entre Mao y otros líderes cercanos se habían hecho patentes. Algunos piensan que esta guerra cultural fue desatada para aplastar a sus contrincantes. A su muerte, en 1976, los reformistas se harían del poder en China y la historia del mango quedaría como una prueba de los alcances y la fuerza de los medios de comunicación al servicio del poder.