No cabe duda de que los perros son los animales más fieles, pues su amor por el ser humano es tan puro que incluso resisten el abandono de sus dueños, con la esperanza de que un día vuelvan por ellos.
Este es el caso de Bokshil, una perrita coreana que se encuentra en situación de calle desde hace diez años. Su dueño la abandonó por no tener los recursos para cuidarla o por simple indiferencia, no sé sabe. Según los vecinos, el antiguo amo de Bokshil tuvo que mudarse y no podía cargar con ella por razones económicas.
La perrita ahora se halla anclada a la caseta de seguridad que cuida los edificios en los que ella alguna vez vivió. Su pelo descuidado y voluminoso, reflejo de sus años, llevó a que la nombraran Bokshil, que significa esponjoso en coreano. Los vecinos del lugar son quienes la cuidan, le llevan agua y la alimentan con comida triturada, pues Bokshil ya no tiene dientes y le es muy difícil masticar sus alimentos.
Todos los días, mientras el sol se encuentra en lo alto del cielo, Bokshil acude a la caseta en espera de su amo, se acerca a olfatear a ciertas personas en las que cree reconocer el viejo aroma de su amigo, de su antigua casa. Pero no obtiene respuesta. Durante la noche se refugia en una casita que los vecinos le construyeron, donde descansa para repetir su día siguiente y, para incansablemente, esperar.
Bokshil también ha empezado a perder la vista debido a la formación de cataratas en sus ojos. Le han hecho revisiones médicas y a pesar de la opinión favorable de los veterinarios en cuanto a la salud de Bokshil, la vida de la calle sigue siendo muy dura para la perrita. En el conmovedor video que hizo viral su caso, puede verse el andar tierno pero achicopalado de Bokshil, la noble tristeza de sus ojos ciegos y su descorazonadora espera con un fondo de flores de cerezo cayendo a su alrededor.
Los veterinarios no recomiendan trasladar a Bokshil a un nuevo hogar, ya que debido a su edad, el trauma de un cambio de residencia podría resultarle fatal. Bokshil parece tener un lazo invisible atado a la mano de su dueño y así lo esperará hasta el final de sus días, en el mismo punto de siempre. A Bokshil le dijeron un día “quédate aquí un momento” y nunca más volvieron por ella. Su mundo, su espacio y sus años se reducen a unos cuantos metros de calle que lleva en el asfalto la promesa de un retorno.