El mundo de la comedia ha tenido grandes personalidades que han arrancado risas por generaciones. Con el tiempo, nuevos nombres llegan y otros se van, pero son pocos los que han transgredido las barreras del tiempo para convertirse en íconos del entretenimiento. Desde los bares de comedia hasta las grandes producciones de Hollywood, Robin Williams se convirtió en una referencia del humor familiar y la genialidad en escena.
Protagonista de filmes como La sociedad de los poetas muertos, Jumanji, Mente indomable, Patch Adams, El hombre bicentenario e intérprete de personajes emblemáticos como Mrs. Doubtfire o el Genio de Aladdin, Robin cautivaba al público con su carisma y una gran sonrisa. Tras su sorpresivo suicidio en 2014, sus fans quedaron atónitos. ¿Cómo un hombre que había dado tanta alegría a millones de personas podría tener un final tan trágico, tan triste?
Han pasado ocho años de su muerte y aún queda mucho que decir de este actor que marcó al mundo del entretenimiento. Un suicidio por supuesta depresión, la enfermedad de Parkinson mal diagnosticada y una brillante personalidad que poco a poco se fue agotando, para dejar al actor como el cascaron de Robin Williams, la sonrisa luminosa que se apagó.
Robin Williams al final de sus días
Así como muchos artistas que alcanzan la fama, Robin gozó el triunfo de su trabajo en ascenso. Los clubes de comedia donde dio sus primeros pasos pronto se convertirían en sets televisivos, para después dejarlo dentro de las grandes películas de taquilla. Las drogas y el alcohol estuvieron presentes en su vida, por lo que varias veces tuvo que ser ingresado a un centro de rehabilitación.
Aun así, Robin se levantó cada vez a hacer su trabajo y dejar cada parte de su ser en el escenario. Pero con el pasar de los años, no solo el tono del cabello no fue el mismo para el actor, sino que también su cuerpo cambió de una manera radical. Primero, un constante temblor en la mano, en ese momento atribuido a una lesión en el hombro, después dolores estomacales y más tarde, sus músculos se quedaban congelados al hacer ciertos movimientos.
Entre interminables exámenes médicos de sangre, orina, pruebas físicas y psiquiátricas, los expertos no llegaban a dar con la causa de sus males. Hasta que finalmente lo diagnosticaron con Parkinson. Robin Williams pudo llevar a flote su vida, pero el desgaste era cada vez mayor y su aparición en cines disminuyó, llevándolo a aceptar papeles en películas independientes de bajo presupuesto.
Robin necesitaba el dinero, había pasado por dos divorcios y acababa de comenzar su tercer matrimonio con Susan Schneider, quien estaría a su lado hasta el último día. Para el actor, la pasión por el trabajo lo motivaba. Por ello se quedó en las pequeñas producciones hasta su regreso a la televisión con The Crazy Ones en CBS, en 2013. El comediante estuvo 30 años fuera de la pantalla chica, pero pareció que el nuevo proyecto atrajo nuevo público.
Si bien el show fue un éxito en su estreno con más de 15.5 millones de personas viéndolo, al poco tiempo, la buena racha disminuiría, llegando al final de temporada con solo cinco millones de personas, por lo que la serie fue cancelada. Una de las críticas fue que “Williams parece agotado. Así es este espectáculo”.
Por otra parte, el cuerpo de Robin jugaba en su contra, lo que una vez fue una memoria privilegiada, cada vez se deterioraba y el actor olvidaba sus líneas. Mientras estaba grabando Una noche en el museo 3, se veía claramente afectado. Cheri Minns, su maquilladora, contó para la biografía escrita por Dave Itzkoff:
No estaba en buena forma en absoluto. Sollozaba en mis brazos al final de cada día. Fue horrible. Horrible. Pero simplemente no lo sabía.
“Ya no sé cómo ser gracioso”
Cheri dijo que Robin dejó de salir de su habitación del hotel y que hasta un ataque de pánico llegó a invadirlo. Ella le sugirió ir a un club de comedia a hacer stand-up para recordar que el público aún lo amaba. Pero él le daría la respuesta que dibujaría su gran preocupación.
No puedo, Cheri. Ya no sé cómo. No sé cómo ser gracioso.
Para su esposa, Susan, quien lo acompañó en la mayoría de sus procesos, también fue difícil. Ambos desconocían qué estaba pasando en el cuerpo de Robin. Muchos síntomas presentándose sin un orden aparente y sin una respuesta concisa, incluso llegó a pensar que podría ser hipocondríaco.
Era como este desfile interminable de síntomas y no todas levantaban la cabeza a la vez. Era como jugar al topo.
Robin estaba perdiendo la cabeza y era consciente de ello. ¿Puedes imaginar el dolor que sintió al experimentar su propia desintegración ? ¿Y no de algo de lo que alguna vez sabría el nombre o entendería? Ni él ni nadie pudo detenerlo, ninguna cantidad de inteligencia o amor pudo detenerlo.
Las despedidas
Conforme pasaba el tiempo, el cansancio y la depresión se apoderaron de Robin, quien sufría los daños físicos y mentales de su enfermedad. Parecía que él tenía la tentación para combatirlo y en los encuentros con sus amigos, ellos notaban que algo no andaba bien. No era el mismo Robin de siempre. Despedirse de él tenía una gran carga, como si no quisiera decir adiós, pero a la vez era una despedida inminente, de esas que son para siempre.
Uno de sus viejos amigos, Eric Idle, lo invitó a Londres, Inglaterra, a pasar un verano donde estaba preparando un espectáculo de reunión de Monty Python e intentó persuadirlo de que volara e hiciera una actuación especial y él aceptó. En el intercambio de correos, le dijo que iría, pero que no quería estar en el escenario. Podría ser solo una petición de mantenerse alejado de las cámaras, pero para alguien como Robin, que gozaba de la risa y el escenario, era algo grave.
Poco después, a través de Bobcat Goldthwait, un amigo en común, Robin le envió un mensaje final, diciéndole que no podía ir, que lo sentía y que lo quería mucho. Eric se dio cuenta después de que el actor se estaba despidiendo.
Billy Crystal, uno de sus amigos cercanos, quien estuvo a su lado en el éxito televisivo Mork & Mindy, lo invitó a ver Don Jon de Joseph Gordon-Levitt, en Los Ángeles, California. Cuando lo vieron en el estacionamiento, hacía cuatro o cinco meses que no se encontraban, Robin estaba visiblemente “más delgado y parecía un poco frágil”. Al finalizar y despedirse de Billy y su esposa Janice, el actor los abrazó, comenzó a llorar y les dijo que estaba muy feliz de verlos. Además, les aseguró que los quería.
En el camino de regreso a casa, Billy y Janice recibieron varias llamadas del actor, disculpándose por lo cursi de la situación y despidiéndose de ellos. Los días posteriores fueron empeorando para Robin, pues los síntomas iban en aumento y cada vez eran más incontrolables. Muchas personas se preocuparon por él, principalmente su familia y las personas que estuvieron por años junto a él.
La última noche
La noche del 10 de agosto de 2014, Robin y Susan se prepararon para ir a la cama. Él le ofreció un masaje de pies, pero ella lo rechazó y agradeció el gesto. Robin buscó su iPad para leer un poco antes de dormir y se fue a su habitación.
A la mañana siguiente, Robin parecía continuar dormido. Susan lo esperó para meditar, pero al ver que no salía de su habitación, lo dejó dormir y salió a hacer algunos mandados. A las 11:00 a.m., Rebecca y Dan, la asistente del actor y su esposo, preocupados por la situación, fueron a abrir la puerta para despertarlo, pero al forzar la cerradura, tuvieron un horrible descubrimiento: Robin Williams se había ahorcado con un cinturón y estaba muerto.
Un mal diagnóstico
Tras la muerte de Robin Williams, los científicos pudieron analizar su cuerpo y encontrar la verdadera causa de sus males. No era Parkinson, sino demencia con cuerpos de Lewy, un trastorno cerebral agresivo e incurable que tiene un riesgo asociado al suicidio. El miedo y la ansiedad, los delirios, el insomnio, la falta de memoria eran solo una parte de los síntomas de esta enfermedad que afecta a las neuronas y que llevó a Robin a un final fatídico a sus 63 años.
La proliferación de los cuerpos de Lewis en todo su cerebro había dañado las neuronas y los neurotransmisores, desencadenando una serie de desbalances químicos. Sin embargo, no era fácil de prescribir. Uno de los profesionales dijo que era como si “tuviera cáncer en todos los órganos de su cuerpo”.
Un legado en el cine
Con una vida llena de altibajos personales, Robin Williams siempre se mostró con una sonrisa y la disposición de hacer reír a los demás. Esta característica se quedó plasmada en sus decenas de películas y trabajos que se quedan para la posteridad, como una muestra que detrás de un rostro feliz se puede esconder un profundo problema.
Sus personajes trascienden junto con él. Ya sea vestido de abuela, con un traje de hojalata o como un motivador maestro, Robin Williams se queda en el recuerdo de muchos, alcanzando a desprender sonrisas incluso después de su muerte.