Es cierto que nadie se salva y que hasta a la persona más inteligente le ha tocado ser víctima de un engaño, pero a veces somos capaces de desmentir alguno de estos, ya sea por experiencia o simplemente porque son muy ridículos. Sin embargo, existen farsas que guardan su oscuro secreto para siempre, ocultando la verdad hasta límites inimaginables.
Ferdinand Demara es conocido como “El Gran Impostor” porque pasó por muchas vidas en una sola, pues fue monje, estuvo en el ejército e incluso salvó a varios soldados fingiendo ser un médico cirujano castrense y nadie se dio cuenta. Este señor fue el verdadero maestro del engaño haciéndose pasar por varias personas.
Ferdinand Waldo Demara nació el 21 de diciembre de 1921 en Lawrence, Massachusetts. Al ser el hijo de un operador de cines, el chico creció inspirado en el arte de la actuación. Pero cuando solo tenía 16 años de edad, su padre tuvo una gran crisis económica que lo llevó a la bancarrota y a vivir en un barrio de bajas condiciones, por lo que Ferdinand huyó a Rhode Island, donde entró a una orden de monjes cistercienses que lo conocieron con el nombre de Marie-Jorome.
Ferdinand estuvo solo cinco años en la orden y al cumplir la mayoría de edad, en 1941, decidió enlistarse en el ejército de los Estados Unidos, donde comenzaría sus aventuras tomando las identidades de otros. Primero adoptó el nombre de Anthony Ignolia, con el fin de que uno de sus compañeros pudiera ausentarse sin permiso. Al “Gran Impostor” lo destinaron a la base Nortfolk, donde después de no conseguir un puesto más alto, simuló su suicidio dejando sus ropas en el muelle.
Después adoptó la identidad de Robert Linton French, un oficial y psicólogo que estuvo en la Marina. De esta manera entró en otro monasterio que lo impulsó a estudiar Teología y Epistemología en la Universidad de Chicago.
Ferdinand tuvo distritos trabajos e identidades, como maestro de Psicología en varios colegios, camillero en Los Ángeles e instructor del Colegio de St. Martin, en Washington. Además, cuando el FBI lo detuvo por desertar del ejército, salió en 18 meses y después ingresó a la escuela de Derecho, se hizo monje católico en Canadá y durante su estancia ahí fundó un colegio.
Pero estas hazañas no se comparan con lo que vivió en su faceta como doctor. Cuando Ferdinand estaba en la orden de los Hermanos de Instrucción Cristiana, conoció a Joseph C. Cyr, un joven médico de Harvard, quien le comentó que le gustaría trasladarse a los Estados Unidos para trabajar. “El Gran Impostor” se ofreció a ayudarle y le pidió sus papeles y diplomas. Una vez con ellos en las manos, no dudó en hacer lo que mejor sabía: fingir.
Con su nueva identidad logró integrarse en un barco de la operación de Canadá en la Guerra de Corea, donde tuvo que dar atención a 16 soldados, quienes sin una operación, hubieran perdido la vida. Cualquier otro sucumbiría a la presión, pero Ferdinand se fue a uno de los camarotes a estudiar un libro de cirugía, hizo uso de su extraordinaria memoria fotográfica y memorizó cada uno de los procedimientos que le permitieron realizar las cirugías con éxito y darles una segunda oportunidad a los hombres en servicio. Este merito le valió el reconocimiento tanto en mar como en tierra.
Su fama en el barco trascendió a los periódicos y hasta a la madre del verdadero doctor Cyr, quien informó a las autoridades que su hijo jamás había ido a la Guerra de Corea. Una vez descubierto su engaño, el ejército no tomó cargos contra él, pero sí lo expulsó del país. Cuando regresó a Estados Unidos, su historia resonó hasta llegar a la revista Life, que le escribió un artículo, el cual sería inspiración para el guion de una película.
Sin embargo, la exposición de su identidad terminó con su condición de suplantador, pues él afirmó que “El robo de identidad es imposible cuando el mundo conoce tu cara”. De esta manera, una película y un libro biográfico dieron seguimiento a la vida de un maestro del engaño y el verdadero “Gran Impostor”.