¿Qué causa que una cultura florezca y otra se hunda? ¿Porqué algunas civilizaciones alcanzan grandes alturas mientras que otras caen terriblemente?
Los historiadores han dedicado muchas páginas a esta cuestión. Dos ejemplos son los libros de Edward Gibbon, “Decline and Fall of the Roman Empire” (La Decadencia y Caída del Imperio Romano) y de Oswald Spengler, “Decline of the West” (La Decadencia del Occidente) .
Otro ejemplo lo tenemos en un trabajo de ficción histórica, “Tides of War” (Mareas de Guerra) de Stephen Pressfield, que nos muestra con personajes ficticios, uno de los más grandes conflictos de la historia: la Guerra del Peloponeso, en la que se enfrentaron las dos más grandes civilizaciones de occidente en ese tiempo: Atenas y Esparta.
Aunque “Mareas de Guerra” es una obra de ficción, Pressfield le da grandes alcances para mantener la integridad de los eventos descritos, basándose en fuentes primarias como Tucídides y otros grandes historiadores griegos. También trabajó en capturar el “ethos” o costumbres de sus tiempos, así como la manera en que eran los hombres que lo vivieron.
Sazonada con la creatividad de Pressfield, la descripción inspiradora de las batallas, contiene deducciones penetrantes sobre las distintas fuerzas culturales que se encuentran tras el telón, las diferencias de las partes en conflicto, sus principios e ideologías, y como estas llevan a la poderosa e imperialista Atenas a caer ante la modesta y republicana Esparta.
Pressfield no atribuye a la economía o a la política la caída de esta civilización, como normalmente se hace, sino que cree que la causa de la decadencia de Atenas son las diferencias en un particular aspecto de su identidad individual y nacional. Atenas se deterioró porque su caracter se degradó cuando uno de sus valores fue substituido.
Esparta y Atenas: Historia de dos Ciudades-Estado
A pesar de vivir en proximidad, (separadas sólo por 240 kilómetros) y de compartir los mismos dioses, las ciudades griegas de Atenas y Esparta eran de lo más distinto. Mientras que Esparta era más comunal (algunos dirían que eran facistas), Atenas celebraba la libertad individual. En tanto que Esparta desdeñaba los lujos y las riquezas (hasta el punto de declarar ilegal el dinero), Atenas era un imperio comercial. Mientras que la milicia espartana recaía en su armada indomable y fiera, Atenas dominaba los mares con sus barcos. Esparta vivía contenta con lo poco que tenía siendo una Ciudad-Estado (polis, en griego) independiente; mientras que Atenas, imperialista, buscaba siempre extender sus dominios.
Los espartanos valoraban cosas como la poesía, la música y la filosofía más de lo que se cree, pero tales intereses estaban dirigidos a dar énfasis a su entrenamiento militar. Esta mentalidad dio origen a uno de los más efectivos y disciplinados ejércitos que haya visto el mundo. Atenas, por su parte, celebraba el arte y la filosofía como el pináculo de la humanidad, produjo grandes obras maestras, y dio los más grandes pensadores y filósofos en la historia de occidente, como son Platón, Sócrates y Aristóteles.
Atenas y Esparta diferían también en sus ideologías políticas. Esparta mantenía un sistema democrático con una constitución balanceada que dividía el poder en tres grupos. Un sistema de pesos y contrapesos que impedía que cualquier grupo tuviera demasiado poder. Los atenienses, por otro lado, se gobernaban con una democracia radical en la que cada ciudadano podía y debía participar.
Ciertamente, Esparta y Atenas unieron fuerzas para repeler a los persas durante las guerras de invasión, pero siempre fueron aliados desconfiados. Los espartanos estaban siempre vigilando el imperialismo ateniense y creían que era sólo cuestión de tiempo para que quisieran su territorio. Ese era exactamente el temor que llevó a la guerra de 30 años en el Peloponeso entre ambos Estados. Aunque la guerra diezmó el poder de las dos partes, Esparta se llevó la victoria.
Esparta y Atenas tenían fortalezas y debilidades cada una, pero al tiempo en que se enfrentaron, Atenas había olvidado la máxima atribuida a su personaje mitológico, el dador de preceptos, Solón: “Nada en exceso”. Las virtudes e ideales atenienses fueron llevados a tal extremo que se convirtieron en vicios. El amor por la libertad individual y la libertad de expresión degeneraron en un hiper-individualismo narcisista; la audacia comercial se convirtió en avaricia desmedida; la moderación y la resistencia fueron reemplazadas por suavidad y libertinaje; la democracia activa y saludable se volvió demagogia.
Incluso sus grandes filósofos, se volvieron críticos de la degradación de Atenas, contrastando la disciplina y virtud de Esparta con la propia, y la decadencia moral y cívica de sus compañeros ciudadanos. Miraban con consternación cómo una cultura próspera era devorada por el cáncer de la decadencia.
La bravura espartana y la diferencia entre valentía y temeridad
¿Cuál era la diferencia entre Esparta y Atenas? Hemos visto diferencia sexternas entre ambas “polis” o Ciudades-estado, pero ¿hay alguna característica fundacional que los espartanos tuvieran y los atenienses no, y por la cual Atenas fue derrotada?
En “Mareas de Guerra”, Pressfield usa al almirante naval Lisandro para responderse esta pregunta. En la que podría ser la escena más emocionante del libro, Lisandro se pone ante miles de espartanos y sus aliados antes de la Batalla de Éfeso y les da un discurso incendiario. En él, destaca las diferencias entre Atenas y Esparta y explica porqué la manera espartana de vivir es superior y por que al final, sus hombres deben vencer.
Para Lisandro, el corazón de lo que separa a los espartanos de los atenienses es esto:
“Nosotros, espartanos y gente del Peloponeso, tenemos valor (en griego, andreia).
Nuestros enemigos tienen temeridad (thrasytes).
Ellos poseen “thrasytes”, nosotros “andreia”.
Presten atención, hermanos. En eso hay una profunda e irreconciliable división”.
“Andreia”, o valentía, era la cualidad dominante de los espartanos; “thrasytes”, o temeridad, era la cualidad dominante de los atenienses. Para los griegos, la palabra “andreia” significaba valentía y virilidad. La valentía estaba más relacionada con los hombres maduros, mientras que la temeridad era de tipo más infantil. “El hombre temerario es soberbio, descarado, ambicioso”, explica Lisandro. El hombre valiente es tranquilo, temeroso de los dioses, estable.
Lisandro hace la separación entre valentía y temeridad, pero a veces es necesario ser temerario cuando una oportunidad se escapa; pero donde hay temeridad, debe haber siempre valentía, la valentía debe ser siempre la primer cualidad en el caracter del hombre.
¿Porqué?
En su discurso, Lisandro elucida la diferencia entre hombres que primero actúan por temeridad, y aquellos que primeramente actúan con valentía, y detalla “qué tipo de hombre producen este tipo de cualidades conflictivas”.
Enseguida subrayo las palabras de Lisandro en “Mareas de Guerra”, y exploro cómo se aplican tanto a espartanos como al hombre común hoy en día:
La Temeridad es Impaciente e Inconstante; el Valor es Firme y Tenaz
“La temeridad honra dos cosas solamente: novedad y éxito. Se alimenta de ellas y sin ellas muere.”
“La temeridad es impaciente. El valor es sufrido. La temeridad no puede soportar sufrimientos o retrasos; es voraz, debe alimentarse de la victoria o muere. La temeridad tiene su asiento en el aire; es una ilusión. El valor planta sus pies sobre la tierra y obtiene sus fuerzas del fundamento sagrado de los dioses”.
“La debilidad del enemigo es el tiempo. Thrasytes es pasajero. Es como la fruta, apetitosa cuando está madura, pero apesta hasta el cielo cuando está podrida”.
“Las cualidades que mejor complacen a los cielos, creemos, son el valor para sobrevivir y el desprecio por la muerte”.
Los atenientes eran maestros de los mares, con un tipo de guerra que supone movimientos temerarios, ataques sorpresa, y batallas rápidas y decisivas. Los espartanos primeramente hacían la guerra en tierra, y estaban preparados para largas marchas y combates prolongados. En una batalla marina, los atenienses bien podrían navegar de vuelta si las condiciones no eran las adecuadas para ellos, o atacar al enemigo, pero en sus propios términos; un barco de guerra, afirma Lisandro, “no logra nada si mantiene la línea de batalla.” Los espartanos, por otro lado, siempre deben estar listos para pelear, y con el deseo de acometer al enemigo incluso si no es conveniente. Esta diferencia en las estrategias militares se refieren a una diferencia en la disposición personal también: los atenienses se descorazonaban cuando las victorias no llegaban fácil y rápido, mientras que los espartanos estaban preparados para luchas hasta el fin, para mantener la línea de batalla, sin importar los retos o las condiciones. Ellos poseían el valor de la resistencia.
Muchos hombres todavía hoy, se aproximan a sus propias batallas con una visión ateniense. Se les ocurre una gran idea para empezar un negocio o se encienden cuando están por empezar un nuevo proyecto. Por pocas semanas sienten una pasión encendida y emoción por hacer lo que sea necesario para lograr su cometido y convertir en realidad su idea. Al principio hay muchas cosas interesantes y atractivas por hacer, escoger el nombre de la banda, escoger un plan de entrenamiento, diseñar un nuevo website. Pueden encontrar algo de éxito en un inicio, y sentir que las olas rompen en su barco aunque apenas estén chapotenando. Es estimulante. La victoria parece estar al alcance de la mano.
Entonces aparecen los problemas. Su éxito inicial alcanza un tope. Parece que ahora las cosas que se quieren toman más tiempo de lo que se pensaba. Y hay mucho más trabajo del que se esperaba. Trabajo duro. Trabajo aburrido.
El tiempo pasa. Empiezan a trabajar en su proyecto cada vez menos. Entonces empiezan a ignorarlo. Tienen excusas. Se siente como una carga, pero ¿no se supone que algo que te apasione sea divertido? Deciden que el problema no es su ética de trabajo, sino simplemente, que están buscando la meta equivocada y necesitan hacer algo más. Tienen otra gran idea y la emoción regresa. Por un tiempo. Entonces el ciclo se repite.
Estos tipos tienen “thrasytes”, pero no “andreia”; tienen la temeridad para empezar cosas nuevas pero no el valor para terminarlas. Cuando el sol ardiente del infortunio y la duda se levanta sobre su proyecto, su motivación se evapora. No han desarrollado la paciencia para quedarse en algo cuando la emoción inicial se desvanece, no tienen el aguante para soportar momentos difíciles. Ellos vorazmente se alimentan de novedades y éxitos instantáneos, pero no han aprendido cómo sostenerse en el progreso constante, cambiar la intención del arranque por la intención de construir.
Ciertamente, las maniobras rápidas e inteligentes pueden ser decisivas para ganar una batalla; Lisandro, de hecho fue responsable de crear una fuerte armada, teniendo en cuenta que en Esparta la tradicion era la fuerza de infantería, decisión que ayudaría a decidir la Guerra del Peloponeso. Pero aún así, la victoria depende al final de tener una base mental, el deseo de no solamente hacer movimeintos temerarios, sino de sostener la línea de batalla cuando esos movimientos se juntan con la resistencia.
“La temeridad es una máquina enorme”, dice Lisandro a los espartanos, “pero hay un límite para sus alcances y una roca sobre la que se levanta. Nosotros somos esa roca… Nuestra roca es el valor, hermanos, en la que se parte su temeridad y se repliega. Thrasytes falla. Andreia persiste. Beban de esta verdad y nunca la olviden”
La Temeridad es Impulsiva y Excesiva; el Valor es Prudente y Preparado
“Si digo que temo enfrentar a Alcibíades (un general ateniense); los hombres me reprochan con insultos que me falta ser intrépido. Esto no es cobardía sino prudencia. Ni sería tampoco bravura el confrontarlo barco contra barco, sino impulsividad. Porque reconozco las habilidades de mi enemigo y veo que las nuestras son menores. El comandante que es sagaz honra el poder de su enemigo. Su habilidad es atacar, pero no en sus fortalezas, sino en sus debilidades, no donde y cuando está preparado, sino cuando está desprevenido y tranquilo.”
“El valor nace de la obediencia. Es el fudamento de la hermandad, y el amor a la libertad… Es por esto que entrenamos, hombres. No para sudar por sudar, o remar por remar, sino porque en esta práctica de cohesión inculcamos “andreia”, para cargar las reservas de nuestros corazones con confianza en nosotros mismos, nuestros compañeros, y nuestros comandantes.”
Antes de la Batalla de Éfeso, Alcibíades, comandante en jefe de las fuerzas atenienses, bloqueó a los espartanos, y trató de atraer a su naciente flota a la batalla. Los guerreros espartanos mordieron el anzuelo y probaron un bocado atacando a sus enemigos. Su moral estaba alta, su disciplina y confianza fuertes, y se sentían listos para atacar. Pero Lisandro inicialmente los contuvo, dejando a sus hombres frustrados e impacientes.
Les explicó que la paciencia engendrada por el valor se necesitaba no solamente para resistir los reveses que se presentaban cuando una batalla se desarrollaba, sino también para esperar el momento más propicio para el primer ataque. Lisandro podía ver que las fuerzas atenienses eran muy fuertes todavía, más que las de los espartanos, y que todavía necesitaban construir más barcos y más entrenamiento para asegurarse de que cuando fueran a la batalla, saldrían victoriosos. Estaba tan impaciente como sus hombres, pero sabía que en el momento necesitaba el valor para mantener el control.
La idea de Lisandro estaba en línea con lo que el filósofo Aristóteles pensaba, pues él creía que el valor era la media entre la temeridad y la cobardía.
El hombre cobarde sobrevalúa los riesgos de una empresa y entonces, nunca la emprende o la retrasa indefinidamente. Siempre tiene algo más que hacer: un poco más de investigación sobre la competencia, leer unos cuantos libros más sobre el tema, tener más práctica antes de empezar.
El hombre temerario subestima los retos que tiene que enfrentar, y ciega e impulsivamente, se apresura. Como resultado de su impulsividad, su idea no está lista y fracasa, no tiene las habilidades ni la confianza necesarias para tener éxito, o simplemente renuncia luego de darse cuenta del sacrificio que demanda la victoria.
El hombre valiente evita ambos extremos. Sabe que hay un tiempo para la temeridad, y un tiempo para la espera. Atesora las habilidades y la confianza que se requerirán para pelear más adelante, pero también se da cuenta de que a veces lo mejor es empezar, lanzarte a la acción y aprender sobre la marcha. Entrena activamente y se prepara para cuando se presente la oportunidad, pero también sabe que no hay tal cosa como la oportunidad perfecta. No vacila ni se precipita; utiliza su conocimiento práctico para decidir cuando es tiempo para atacar.
Los guerreros espartanos creían que era deshonroso pelear con rabia, porque las emociones frenéticas son por lo general un alivio emocional, una máscara para el miedo o la falta de habilidades; en su lugar, iban a la batalla con una determinación calmada, llenos de confianza y preparación, y con el valor del control.
La Temeridad es Codiciosa; el Valor es Contento
“El hombre temerario codicia; demanda a su vecino en la corte, es intrigoso, destruye. El hombre valiente está contento con lo que tiene; respeta la parte que los dioses le dieron y la acepta, comportándose con humildad, como administrador de lo divino.”
La grandeza de los atenienses les exigía que constantemente buscaran la expansión de su imperio. Para mantener sus ostentosas obras y su impresionante flota militar, los atenienses necesitaban tener bajo su dominio tantas ciudades-estado como fuera posible. A estos pueblos sometidos se les exigía pagar tributo a Atenas, o eran castigados severamente.
El deseo de poder de los atenienses, de influencia y dominio, los puso en un dilema. Como un cáncer, la sobrevivencia de un imperio requiere un crecimiento constante. Pero todos sabemos el resultado del cáncer. La muerte.
Los espartanos, mientras tanto, estaban contentos siendo pequeños, una rústica polis. Su estilo de vida era simple, minimalista. No buscaban el lujo ni proyectos imperiales, así que no tenían que encontrar constantemente nuevas fuentes de tesoros para sostener su civilización. Tenían el valor del comedimiento, la habilidad de decir “suficiente”. Muchos historiadores acreditan el comedimiento espartano a la durabilidad de su gobierno republicano, que duró 580 años, haciéndolo el gobierno con un componente democrático más longevo en la historia de la humanidad.
Todos enfrentamos momentos en la vida en que estamos tentados a buscar más. Más dinero, más prestigio, más estatus. Pero es un hambre siempre insatisfecha, y solamente puede crecer entre más la alimentas. El canto de las sirenas te invita con poder y riquezas y flota en el aire con la promesa de una mayor libertad, pero termina coartándola. Entre más construyes tu estatus, es más probable que tengas que comprometer tus principios. Cada vez que compras más, adquieres más deudas, y menos elecciones tienes en cuanto lo que quieres ser, a tu carrera, o tu estilo de vida. Entre más aceptes el dinero de otras personas, más les perteneces.
Estar contento con poco te da el valor para decir no a la publicidad, para mantener tus principios, para actuar cuando tú lo quieras y no por compulsividad. Al vivir espartanamente, obtienes verdadero poder, independencia y libertad.
La Temeridad es Orgullosa; el Valor es Humilde
“Los atenienses no temían a los dioses; buscaban ser dioses. Ellos creían que los cielos reinaban por gloria y no por poder: decían que los dioses regían por aclamación, y que esa supremacía buscaba emulación al impresionar a los mortales que la veían con admiración. Creyendo esto, los atenienses buscaban complacer a los dioses erigiéndose ellos mismos como dioses de barro. Los atenienses desdeñaban la modestia como indigna de un hombre hecho a imagen de los dioses.”
“Nuestras deficiencias pueden vencerse con práctica y auto-disciplina.”
Los griegos pensaban primeramente en el valor en términos de valor marcial, una virtud del campo de batalla. Pero también era la cualidad que mantenía listo a un hombre en tiempos de paz, la virtud que llevaba a un hombre a dar lo mejor de sí en un entrenamiento, a constantemente batallar, y mantenerse austero, un tipo de vida disciplinada que les daba cuerpos fuertes y voluntad de acero, así como la robustez para enfrentar al enemigo.
Así, mientras que los espartanos eran reconocidos por su bravura en el campo de batalla, su valor era tal vez mejor apreciado en casa. Iniciados a los 7 años, los niños espartanos ingresaban al entrenamiento militar que los centraba y les daba robustez. Solamente vestían una túnica en invierno y en verano, subsistían con escasas porciones de comida, y constantemente se entreban en artes marciales.
Los espartanos entendían que la victoria se gana en las pequeñas tareas y prácticas que llevan a ella y no en el calor de la batalla, que lo que se requiere es el valor diario de la disciplina y no el valor específico que se da en casos de crisis.
Aristóteles argumentaba que el valor “sigue rápido las órdenes de la razón sobre lo que debe o no debe temer a pesar del placer y el dolor”. El valor no es solamente la voluntad de seguir adelante en momentos de gran amenaza, sino también la habilidad para retrasar la gratificación, para dejar de lado placeres a corto plazo en pos de ganancias a largo plazo, hacer trabajo duro y aburrido en búsqueda de un bien personal mayor.
Este tipo de valor, el valor de la disciplina y auto-dominio, requiere humildad.
Los hombres que se rigen con audacia, más que con valor, que piensan que son especiales, que creen que el éxito viene del talento inherente a su esfuerzo, intentan hacer fama y hechos heróicos. Sienten que nacieron listos para grandes empresas. El trabajo duro está por debajo de ellos. La práctica es innecesaria. Quieren éxito sin sacrificio. Quieren saltarse la fila y llegar sin trabajo a la cima.
Son dioses, ¿porqué debería una deidad molestarse en las bajezas de dominar los fundamentos? ¿Porqué un dios debería molestarse con un trabajo que empieza desde abajo? ¿Porqué volverse rico necesitaría más de cuatro horas a la semana de trabajo? ¿Porqué alguien especial como ellos debería hacer las cosas paso a paso en lugar de saltar directo al trono?
En la prisa por coronarse a sí mismos, el temerario se tropieza con su arrogancia, y olvida que el valor en la quietud de hacer tu “trabajo diario”, es el prerrequisito para subir a las nubes.
La Temeridad Busca Gloria; el Valor Busca Honor
“El hombre temerario busca dividir; sólo se interesa por sí mismo y empujará a su hermano para vencer. El hombre valiente une. Ayuda a su compañero, sabiendo que lo que es para la comunidad es para él también.”
“En tiempos difíciles el temerario se queja afeminadamente, angustiado, buscando llevar a sus vecinos a la desgracia, pues no tiene fuerza de carácter para pedir ayuda, sino que arrastra a otros a su propio estado de debilidad.”
A la edad de 20 años, luego de una década de entrenamiento, los ciudadanos espartanos se volvían elegibles para el servicio militar. En este punto, se unían a una syssitia (un grupo de otros 15 hombres). Cada día un guerrero era obligado solemnemente a ponerse ante la mesa y compartir la comida con sus camaradas con el propósito de fomentar la camaradería. De hecho, antes del siglo V a. de c., la syssitia era conocida simplemente como andreia, que en este contexto significaba “lo que pertenece a los hombres”. Mientras compartían el pan, aprendían a confiar unos en otros y formaban un lazo de ayuda mutua que enriquecía sus días en tiempos de paz, y contribuía a su éxito militar en tiempos de guerra.
La membresía de la syssitia era obligatoria para pertenecer al homoioi (los soldados y cuidadanos espartanos con derechos plenos). Homoioi significa “iguales” y está referido al hecho de que los hombres espartanos compartían el mismo estilo de vida disciplinado, las mismas comidas, los mismos peligros y riesgos, y el mismo código de conducta. En otras palabras, el homoioi era un grupo de honor, una tribu de hombres comprometidos para cumplir sus intereses personales en solidaridad con sus hermanos.
Desarrollar este valor del honor era de gran importancia en el campo de batalla, en tanto que cada guerrero espartano peleaba como parte de la falange (formación militar). Los miembros de la falange marchaban hacia adelante como una unidad, y juntos embestían al enemigo. Cada guerrero permanecía codo a codo con su hermano, encadenando los escudos como una forma de protección; cada guerrero dependía del valor del hombre a su izquierda o a su derecha para el éxito de su supervivencia. La falange era entonces tan fuerte como su eslabón más débil, y dependía de cada miembro trabajando en conjunto por el bien mayor. Un hombre que actuaba sin honor, que se quebraba por el miedo o la ambición personal, ponía a toda la falange en riesgo.
En la búsqueda del honor, la solidaridad y la protección de los hermanos en armas, los espartanos vivieron para un propósito más alto que ellos mismos. En contraste, pensaban que sus enemigos vivían solamente por sus propios intereses. La temeridad, argumenta Lisandro, está marcada por la ambición personal, el deseo de ganar riquezas y cumplir planes que redundarían en la gloria personal.
Muchos hombres modernos se centran en este tipo de ambiciones personales, y se preocupan poco o nada por cómo sus acciones afectan a los demás, a sus compañeros o a su País. Hacen lo que quieren, cuando les parece conveniente, en tanto gratifique sus deseos, y halague sus imperfecciones. Si hacer trampa les acerca a su meta, incluso cuando dañan a personas inocentes, no dudan un momento. Si los estandares y los ideales de virilidad son muy difíciles de alcanzar, los desechan o estiran las reglas para caber en ellas. Si se les antoja colapsar en una crisis nerviosa cuando su familia o amigos los necesitan, se sumergen en la autoindulgencia llevándose a los demás consigo.
Tales hombres tienen temeridad, en el sentido de que son audaces, hacen lo que se les antoja cuando se les antoja. Pero les falta valor de honor, el compromiso para fortalecer y levantar a sus hermanos, celebrar un código de ideales, y respetar lo suficiente a los otros para hacer lo correcto, incluso si parece difícil. Especialmente cuando es difícil.
La Temeridad es Blasfema; el Valor es Reverente
“En la casa de mi padre se me enseñó que los cielos mandan, y se me enseñó a temer y honrar sus mandatos. Esta es el estilo de vida espartano, dórica y peloponesio. Nuestra raza no presume de dictar a los dioses, sino que busca descubrir su voluntad y seguirla. Nuestro hombre ideal es pío, modesto.”
“La temeridad… es engendrada por el desfío y la falta de respeto; es el hijo bastardo de la irreverencia y el crimen.”
“La thrasytes presume de comandar los cielos; dobla la mano de los dioses y le llama a esto virtud. La andreia reverencia a los inmortales; busca la guía divina y actúa sólo para cumplir la voluntad divina.”
Para los antiguos griegos, hubris (soberbia escandalosa que desafiaba a los dioses) era el mayor de los pecados. Matar o violar a quienes acudían al templo por protección de los dioses era un acto común de hubris en tiempos de guerra. Destruir la propiedad sagrada era otro.
Hubris era conocer la voluntad de los dioses y escupir en ella sin remordimientos.
Como se ha dicho, gracias a su búsqueda de éxitos, los atenienses empezaron a pensar en sí mismos como si fueran dioses, y tenían por lo tanto, poco tiempo para adorar a deidades más grandes que ellos. La thrasytes los convencía erróneamente de que tenían control de su destino. Así que empezaron a desafiar a los dioses. La noche previa a la expedicion a Sicilia, una batalla de la Guerra del Peloponeso, todas las cabezas de las estatuas de Hermes en Atenas fueron decapitadas. Muchos sospechaban que Alcibíades era el culpable. Algunos podrían llamar a esto una broma tonta, pero para los atenienses que estaban a punto de embarcarse en una guerra mayor, era signo de que se sentían superiores a los dioses y no necesitaban asistencia divina.
Los espartanos, por otro lado, cultivaban la piedad. Entendían que aunque pudieran prepararse lo más posible o pelear con todo su poder, la mayoría de las veces los resultados estaban fuera de su control. Los dioses del destino repartían el éxito o el fracaso a su antojo. Si fallaban lo aceptaban sin quejarse.
Si vencían no se jactaban arrogantes. Entendían que así como los dioses dan, también quitan. Lo más que podían hacer era ser disciplinados en virtud (areté) para ser hombres excelentes, y fuertes en la andreia.
Hay cierto valor en hacer siempre tu mejor esfuerzo, pero también hay valor en dejar de fantasear con que tenemos el control de las cosas. Hay bravura en pelear para moldear nuestro destino, y también en aprender, como dijo Nietzsche, no sólo aceptar su destino, sino apreciarlo.
Conclusión: El Valor es la Defensa Contra la Decadencia Personal y Nacional
Dos mil años después de la decadencia de la civilización griega, los padres fundadores de los estados modernos aprendieron las lecciones de estas dos ciudades tan distintas, Atenas y Esparta. Estudiosos de la historia clásica, miraron ambas ciudades y aprendieron cómo gobernar mejor a las repúblicas nacientes. Mientras que convenientemente evitaron muchas de las malas prácticas de la antigua Esparta (infanticidio, asesinatos como un rito de aceptación, sanción pública del adulterio entre otras), admiraron la constitución espartana. Cuidaron también la protección ateniense de la libertad individual y buscaron honrar la importancia del arte y la filosofía, pero sin perder de vista la podredumbre de la sociedad ateniense que cayó en los excesos.
Vieron el peligro de convertirse en gente que básicamente elegía la temeridad sobre el valor.
El valor es quedarte en la casa y trabajar por tu cuenta cuando tus amigos salen fuera; valor es comer sólo un pedazo de pollo y brocoli cuando realmente quisieras una hamburguesa; valor es quedarte con tu carro viejo en lugar de comprar uno más nuevo, y usar el dinero para pagar tus deudas y ser independiente en tus finanzas.
Valor es formarte una opinión propia investigando e informándote de lo que sucede en la prensa, en lugar de seguir la opinión de las mayorías, valor es actuar, poco a poco, sirviendo a tu comunidad en lugar de decidir que si no puedes hacer una gran diferencia, mejor no haces nada; valor es elegir la sinceridad por encima del cinismo y la apatía.
El valor es decidir vivir virtuosamente en tu dia a día, incluso cuando aquellos que no tienen integridad parecen ser los que llevan la delantera.
El valor es el bastión del hombre contra la cobardía física y la debilidad.
El valor es la defensa del País contra la decadencia moral y cívica.