Según el estudio “Respondiendo Preguntas sin Resolver sobre la Relación entre Habilidades Cognitivas y Prejuicios”, llevado a cabo por Mark Brandt y Jarret Crawford, es falso que las personas con menos inteligencia sean más proclives a tener prejuicios, pues todos los tenemos, pero son distintos.
Los autores hicieron pruebas sobre habilidades cognitivas en 5 mil 194 personas, de las cuales obtuvieron distintas conclusiones sobre cada grupo, en relación a sus niveles y objetos de prejuicio. Los resultados mostraron que ambos grupos eran igualmente prejuiciosos en términos de intensidad, aunque eran prejuiciosos en diferente materias.
Los sujetos de menor habilidad cognitiva confirmaron hallazgos previos en cuanto a que son más proclives a ser prejuiciosos contra grupos de personas no convencionales o liberales, al igual que contra personas con ninguna elección sobre el grupo al que pertenecen, como raza, género, nacionalidad u orientación sexual.
Los investigadores explicaron esta tendencia de las personas menos inteligentes a ser más prejuiciosas contra personas distintas, como una forma de hacer distinciones claras y marcar límites entre ellos:
“Tener límites claros ayudan a las personas a sentir que el grupo opuesto es distinto y alejado de ellos. Así no son una amenaza para ellos”.
Por el contrario, la gente con más inteligencia es más proclive a tener prejuicios contra las personas más “conservadoras y convencionales”, contra la gente que tiene “mayor nivel de elección sobre a qué grupo pertenecen”.
Otro estudio, conducido por Jessica J. Cameron y Jackquie D. Vorauer, provee interesantes conclusiones sobre los prejuicios. Reta las creencias de las personas sobre ser transparentes. Comienza con la premisa de que la mayoría cree que sus pensamientos, intenciones y sentimientos son fácilmente transportados a los demás a través de su conducta. El estudio concluye que:
“Las meta-percepciones ‘individuales’ respecto a cómo las ven las demás personas, tienden a ser egocéntricas y centradas en el conocimiento de sí mismos. Sobreestiman el alcance de sus sentimientos, intenciones y actos como ‘transparentes’, percibiendo más congruencia entre su yo interno y las impresiones de otras personas, de la que en realidad existe”.
El estudio explica cómo los cerebros de los humanos no están creados para leer las mentes de los otros, una noción que es más evidente en ciertas interacciones entre grupos distintos. En esos casos, si uno trata de transmitir un sentimiento, sus esfuerzos a veces son vistos como emociones negativas por el lado contrario.
La investigación muestra que para terminar con los prejuicios, se requiere escuchar antes que hacer cualquier juicio sobre el otro. No importa cuán diferentes sea un grupo de creencias, siempre hay un campo en común donde puede haber coincidencias.
Finalmente, parece que la pregunta no es si eres o no inteligente, o qué tan inteligente eres, sino qué tan dispuestos estamos a evitar los prejuicios y aproximarnos a otros seres humanos, con la intención de entender y escuchar, en lugar de juzgar. Ser inteligente no debería significar aferrarse a las creencias propias y considerar las de los demás, erróneas.