Se han escrito muchos libros sobre cómo hacer la guerra o convertirse en guerrero, algunos muy famosos como El Arte de la Guerra de Sun Zi o Sun Wu, y algunos menos conocidos pero igualmente interesantes como Epitoma rei militaris (Compendio de técnica militar), también conocido como De re militari, escrito por el romano Vegecio, o Flavio Vegecio Renato, y en esta ocasión, dedicaremos algo de tiempo a revisar algunas de sus máximas de De re militari.
Para Vegecio, la victoria no depende solamente del valor el gran número, sino de la destreza y la disciplina. El escritor del siglo IV se describe como “vir illustris et comes” (hombre ilustre y afable), pero no como un militar. Además de esto, poco se sabe de su vida.
Una de sus frases más famosas es: “si quieres paz, prepárate para la guerra”. El Compendio de técnica militar de Vegecio establece distintos programas para legionarios que incluyen cargar pesos, marchar, correr, nadar, saltar, lanzar jabalinas, tiro con arco y más.
El libro de Vegecio está dividido en cuatro partes. La primera se refiere a la enseñanza de los jóvenes, la segunda en la formación del ejército de infantería, la tercera en los tipos de artes marciales para el combate, la cuarta a las máquinas de sitio y la guerra naval. Fue una obra básica para los militares hasta la Edad Media, e incluso el Renacimiento. Estos son algunos puntos, subrayados por artofmanliness:
1. Ningún arte sin el arte de la guerra
“No hay posesión segura ni riqueza, a menos que sea mantenida por la defensa armada”.
“¿Quién puede dudar de que el arte de la guerra es antes que todo lo demás cuando preserva nuestra libertad y prestigio, extiende las provincias y guarda al Imperio?”
“Hombres dignos de la mayor admiración y alabanza, los espartanos, que deseaban aprender ese arte en particular sin el cual ningún otro puede existir”.
Las citas de arriba explican el ímpetu del libro de Vegecio. El imperio romano tuvo muchos problemas, pero solucionarlos sería irrelevante si este hubiera sido conquistado por los invasores. Ninguna civilización es posible si no tiene una defensa armada.
Los romanos aprendieron esta lección duramente, cuando a pesar de sus avances tecnológicos, gobierno estructurado y moral relajada, fueron conquistados no solo por hombres, sino por los bárbaros.
Vegecio intenta con su compendio, revivir las tradiciones militares previas a la derrota militar de Adrianópolis, donde murió derrotado el emperador Valente. Vegecio tenía la intención de que regresaran las antiguas costumbres militares, y el libro I iba a ser el único, pero el emperador le pidió ampliar la obra.
2. La fuerza como un disuasor
“Ningún Estado puede estar feliz ni seguro si es remiso y negligente con la disciplina de sus tropas”.
“No hay nada más estable o afortunado que un Estado que tiene muchos soldados entrenados. No es la profusión de riquezas lo que hace que nuestros enemigos nos respeten, sino el temor a nuestras armas”.
“Quien quiere la victoria, entrena a sus soldados diligentemente. Quien quiere ser exitoso, los deja pelear con estrategia y no al azar. Nadie se atreve a retar a uno que sabe que ganará la pelea”.
Vegetius no era un blando. Él entendió el desarrollo de las artes marciales como la mejor manera de prevenir un conflicto. Fue él quien acuñó la máxima “si quieres paz, prepárate para la guerra”.
No solo se apoya en ejércitos bien entrenados, sino en fuerza disciplinada que muestre su potencial, porque la apariencia es importante. “El brillo de las armas induce gran temor en el enemigo. ¿Quién creería en la intención guerrera de un soldado si muestra armas oxidadas y viejas?”.
3. La paz crea complacencia
“Tantas derrotas pueden achacarse únicamente a los efectos de una larga paz que nos ha convertido en negligentes y descuidados”
“Los mejores de nosotros prefieren los puestos civiles del gobierno antes que la carrera de las armas, y se aceptan en el ejército a quienes no serían aptos ni para mozos”
Cada sociedad, cada hombre, experimenta ciclos que oscilan entre la complaciencia y la vigilancia. En tiempos de guerra, una nación despierta y busca la manera de preparar a sus hombres para la lucha.
Este sentido de misión y disciplina es necesario para la guerra, y solo permanece fresco después de las batallas en campo. Cuando la paz se alarga, también el sentido de complacencia. Las memorias de la guerra se desvanecen.
Eso pasó en Roma. Los soldados dejaron el ejército en tiempos de paz, pero no fueron reemplazados por nuevos reclutas. Los ciudadanos decidieron optar por carreras privadas, y el trabajo de la protección del imperio se dejó a mercenarios. Los estándares de selección de oficiales en el ejército bajaron y la corrupción sustituyó los premios a la valentía.
Sería mejor, piensa Vegecio, mantener una fuerza activa siempre potente, con conflictos inminentes o no. Así el ejército siempre está preparado. “Parece un principio obvio que siempre debe estar haciendo en tiempos de paz, lo que sería necesario en tiempos de guerra”.
4. Las dificultades endurecen; el lujo destruye
“La fortaleza principal de nuestros ejércitos, pues, debe ser reclutada en el campo. Es cierto que cuanto menos familiarizado está con los placeres de la vida, menos motivos tiene para temer la muerte”.
Vegecio creía que el éxito de la primera República se debió a que los soldados eran los mismos granjeros, formados en la dureza del campo, y que estaban tan listos para empuñar una espada como un azadón. El ambiente además, cultiva una dureza mental y física para el uso de las armas:
“El Tíber era entonces su único baño y en él se refrescaban tras sus ejercicios y su trabajo en el campo”.
“Nadie, imagino, puede dudar que los campesinos son los más capacitados para empuñar las armas pues desde su infancia han estado expuestos a toda clase de climas y criados para el trabajo más duro. Son capaces de soportar el mayor calor, desconocen el uso de baños y les son extraños otros lujos de vida”.
En contraste, los hombres en la ciudad están acostumbrados a mayor comodidad, y no tienen problemas al enfrentarse al clima y les es más difícil adaptarse al trabajo del soldado.
Vegecio admite que a veces también son necesarias las habilidades de quienes viven en la ciudad. En ese caso, las habilidades de estos deben desarrollarse en la dureza para tener la base de la que carecen.
5. Calidad sobre cantidad; habilidades sobre talento
“Los antiguos, quienes aprendieron de la experiencia, preferían la disciplina al número”.
“En cada batalla, no son los números y el valor irreflexivo los que producen la victoria, sino el entrenamiento y la habilidad”.
Vegecio se preocupaba por el número de ciudadanos-soldados en el ejército, en relación con los mercenarios, el número de efectivos en el ejército no era la prioridad. La cantidad de los soldados, era menos importante que su calidad. Una pequeña célula de soldados bien entrenados era más fácil de manejar y era más efectiva que una horda sin disciplina.
Las habilidades adquiridas son más importantes que el tamaño y además son más importantes que el talento natural. Sin la disciplina “¿que oportunidad hubieran tenido nuestros ejércitos contra las muchedumbres de los galos? ¿O con qué éxito podría su pequeño tamaño haberse impuesto a la prodigiosa estatura de los germanos? Los españoles nos superaban no solo en número sino en fortaleza física. Siempre fuimos inferiores a los africanos en riqueza y desiguales en engaño y estrategia. Y los griegos seguramente fueron mejores que nosotros en todas las artes y conocimientos.”
Vegecio asegura que la elección rigurosa de los reclutas, la instrucción en las reglas de la guerra, y el endurecimiento con ejercicios diarios, y el entrenamiento de todas las posibles eventualidades en la guerra, además del castigo a los cobardes, son claves en el éxito. Además, cree que la valentía es más valiosa que el número, pero que un hombre cobarde también puede aprender a ser valiente cuando se siente confiado en sus habilidades.
6. Entrena duro, para que la batalla sea fácil
Para Vegecio, la base del entrenamiento eran el paso militar, la carrera y el salto. Estas tres eran indispensables para poder marchar en orden y poder cargar con velocidad sobre los enemigos. Además deberían aprender a nadar para atravesar ríos y no estar en desventaja.
También debían entrenar con escudos el doble de pesados que los usados en batalla y espadas de palo el doble de pesadas que las espadas reales. Se ejercitaban en el palo por la mañana y por la tarde. También aprendían a usar la honda, el arco y esgrima además de equitación.
El entrenamiento de los primeros legionarios romanos era continuo e intenso. Además era multidimensional. Los guerreros romanos no solo eran fuertes, eran rápidos y ágiles. Además eran muy hábiles con todo tipo de armas.
La marcha era básica para el acondicionamiento físico. Los soldados de infantería tenían que ser capaces de cargar 30 kilos, equivalente al peso de su equipo. Según Vegecio:
“Deben marchar con el paso normal militar 20 millas en 5 horas de verano, y a paso rápido, que es más rápido, 24 millas en el mismo número de horas, si superan esa velocidad ya no marchan sino que corren, y no se puede precisar la cadencia”.
Dos veces al mes, la caballería y la infantería eran sacados a un ambulantum, que consistía en avanzar 10 millas a paso militar, armados y equipados con todas las armas, y luego retirarse a acampar, completando una parte de la marcha corriendo.
La capacidad de correr era muy importante, pues era parte de la capacidad de ataque.
“Los jóvenes reclutas en particular, deben ejercitarse en la carrera, pues deben ser capaces de cargar contra el enemigo con gran vigor; ocupar si es posible, un lugar ventajoso con gran velocidad e impedir que el enemigo haga lo mismo; así pueden, cuando se les manda a reconocimiento, avanzar con rapidez, volver velozmente y enfrentar al enemigo en una persecución”.
Saltar era practicado para que los soldados pudieran saltar sin problemas sobre obstáculos, sin perder el paso. Ser hábil para moverse en un espacio determinado en medio de una batalla también era de mucha importancia.
“Hay también otra ventaja material derivada de tales ejercicios al llegar al combate; para un soldado que avanza con su jabalina, corriendo y saltando, deslumbrando los ojos de su adversario, le ataca con terror y le propina el golpe fatal antes de que haya tenido tiempo de alistar su defensa”.
Los soldados de caballería, practicaban montando un caballo de madera saltando sobre ellos primero sin armas, y después armados. Estaban acostumbrados a montar por cualquier lado con espadas o lanzas empuñadas.
Los soldados romanos no solo podían ejecutar todas esas maniobras aisladas, sino que trabajaban para combinarlas.
Una parte importante del entrenamiento era aprender a llevar cargas. A los reclutas se les debía enseñar a llevar cargas no más livianas que lo que pesan sus armas. También debían aprender a levantar los campamentos rápida y efectivamente, además de construir fosos alrededor de estos, a fortificarlos y a elegir el lugar correcto para asentarse.
El campamento debe estar en un lugar fuerte por naturaleza, y provisto de agua, madera y forraje. Además no debe estar dominado por terrenos más altos.
Vegecio recomendaba que los entrenamientos fueran de por lo menos cuatro meses antes de entregar legionarios listos para su primer combate.
7. Entre más compromiso, más entrega
Unirse al ejército romano era un compromiso serio, de hecho en los juramentos que hacían los soldados eran conocidos como “sacramentos” del servicio militar. La seriedad que un soldado ponía era simbolizada con un tatuaje que recibía al enlistarse, y que era su marca de guerrero para toda la vida.
“El recluta, sin embargo, no debe recibir la marca tan pronto como es enlistado, debe evaluarse si es apto para el servicio si tiene la fortaleza y el nervio”.
La manera en que se les pagaba, también hacía que se comprometieran más. Se requería que la mitad de su sueldo se depositara con los encargados de los estandartes, quienes no solo eran encargados de las banderas sino de cuidar el pago de sus camaradas. Estos fondos no eran accesibles hasta que el servicio se había completado.
La práctica no solo era para que tuvieran mejor manejo de sus finanzas, sino para que se comprometieran más. Al que se le depositaba su dinero en el ejército, no pensaba en desertar y tenía gran amor por sus estandartes. Peleaba más ferozmente en la batalla para defenderlos, porque la naturaleza humana es cuidar las cosas en las que tiene interés.
8. La autosuficiencia es seguridad
“Una legión bien entrenada debe llevar consigo, a donde vaya, todo lo necesario para el servicio y que los campamentos tengan fortaleza y lo propio de una ciudad fortificada”
En el tiempo de Vegecio, el tamaño de la legión era más reducido y era soportado por los auxiliares. Estos eran una fuerza de combate inferior formada con mercenarios bárbaros y que prestaban servicio temporal. Los miembros auxiliares no tenían nada en común entre ellos, ni entrenamiento, ni conocimientos, ni moral. Tenían estilos de pelea distintos y por lo mismo no podían seguir órdenes como una unidad.
“El Cielo inspiró a los romanos en la creación de las legiones, pues parece algo superior en lugar de una invención humana”.
Las legiones estaban formadas por 10 cohortes que asemejan un cuerpo perfecto. Un soldado para ascender tenía que pasar por las distintas cohortes. La música de la legión consistía en trompetas rectas, curvas, y cuernos.
Las legiones contenían todas las cohortes necesarias para el combate, caballería, armamento pesado (espadas, escudos, lanzas, jabalinas, catapultas) y armamento ligero (arcos, flechas), y no necesitaban de apoyo externo. Habiendo entrenado exhaustivamente, una legión “actúa como una sola mente”.
Una legión no temía el ataque de la fortuna, eran capaces de formar una línea en cualquier lugar, en cualquier momento.
9. La batalla contra el enemigo
El primero en mover siempre tiene la ventaja, por ello, para Vegecio la victoria estaba en gran parte en la iniciativa. Pero también era importante saber si en un caso específico era necesario esperar.
“Una batalla se decide normalmente en dos o tres horas tras las que suelen no quedar esperanzas para el ejército derrotado”.
“Los buenos oficiales declinan los enfrentamientos generales, donde el peligro es general, y prefieren el empleo de estratagemas y la inteligencia para destruir al enemigo tanto como puedan e intimidarle sin exponer las fuerzas propias”.
En cuanto a la estrategia, Vegecio dice que “el asunto principal es determinar si es más adecuado presentar batalla enseguida o retardarla. El enemigo a veces espera que una batalla se haga enseguida, y si la espera se dilata por algún tiempo, sus tropas se consumirán por la ansiedad, querrán volver a su hogar o no habiendo hecho nada reseñable se dispersarán”.
Además, siempre hay que calcular la fuerza del oponente para saber qué acción tomar: “Hay que conocer del enemigo y de sus principales jefes; si son impetuosos o prudentes, emprendedores o tímidos, si luchan por principios o como mercenarios y si sus naciones son valerosas o cobardes”.
Debe examinarse el estado de sus ejércitos así como el propio. Vegecio recomendaba que se unieran los oficiales para deliberar evitando siempre cualquier tipo de adulación, que tendría las peores consecuencias. Se debe averiguar el estado de la caballería de ambos ejércitos, pero especialmente el de la infantería, donde reside la fuerza del ejército. Además, es necesario considerar el estado del terreno.
“Si se es superior en caballería son preferibles los terrenos llanos, si es superior en infantería, son preferibles terrenos estrechos, trincheras, bosques y montaña. El tamaño del ejército también era importante, pues el hambre es el peor enemigo.
10. La humildad clarifica la visión
Cuando los oficiales se reúnen para determinar la estrategia a seguir, la humildad es muy importante, dice Vegecio.
“Es deber e interés del general reunir frecuentemente a los oficiales más prudentes y experimentados, de los distintos cuerpos del ejército, y consultarles sobre el estado de sus propias fuerzas y las del enemigo. Toda adulación, de la más funesta de las consecuencias, debe prohibirse en las deliberaciones”.
11. Siembra cizaña
“Un general prudente tratará de sembrar la discordia entre sus adversarios, pues no hay nación, aún débil, que pueda resultar completamente arruinada por sus enemigos a no ser que ella misma lo facilite con su desidia. En las discordias civiles los hombres están más interesados en la destrucción de sus enemigos particulares que en el cuidado de la seguridad pública”.
Cuando hay una guerra, no solo se puede vencer atacando desde el exterior, sino también sembrando la disidencia en el enemigo. A la defensiva, no hay que olvidar nunca que en tu propio campamento puede haber problemas que te llevarán a la derrota.
“El hambres provoca más destrozos que el enemigo y es más temible que la espada”, dice Vegecio. Y ” El mayor y más importante punto en la guerra es asegurarse provisiones de sobra y destruir al enemigo por hambre”.
En la antigua Roma, las legiones muchas veces tomaban territorios y aplacaban rebeliones sin conquistar una ciudad por la fuerza, sino cortando sus suministros de agua o comida.
12. La inactividad convierte a un veterano en novato
“Los ejercicios militares de correr y saltar deben ser adquiridos antes de que los miembros estén demasiado castigados por la edad. Así, tal actividad acrecentada por la práctica continua, moldea el mejor y más útil soldado”.
Mientras que los jóvenes y los reclutas deben ejercitar sus maniobras en las mañanas, los veteranos lo hacen por las tardes.
“El tiempo de servicio o la edad por sí solos no formarán nunca a un militar, pues tras servir muchos años, un soldado indisciplinad todavía es un novato en su profesión”.
“Si un actor ensaya sin descanso para obtener el elogio del pueblo; ¿qué no debe hacer un soldado, aunque sea veterano, juramentado y obligado a mantener su propia vida y la libertad pública? Es cierta la vieja máxima de que la esencia de todo arte consiste en su práctica incesante”.
Además, señala que la inacción ha sido el gran problema del ejército romano:
“Un ejército se fortalece con el trabajo y se debilita con la inacción”.
13. Todas las habilidades se olvidan
El trabajo de Vegecio, como señalamos en un principio, es recordar a los romanos el antiguo arte de la guerra, al parecer olvidado en esos días.
Su trabajo, como él mismo dice, es un compendio de enseñanzas de antiguos maestros en la guerra.
“En tiempos antiguos, el arte de la guerra, a menudo olvidado y dejado, fue recuperado con frecuencia a partir de los libros y restablecido por la autoridad de nuestros generales”.
Pero el olvido no solo es cuestión de años. Como recuerda, en varias ocasiones ha sido cuestión de días, recordar lo olvidado.
“Nuestros ejércitos en España, cuando Escipión el Africano tomó el mando, estaban deshechos y con frecuencia vencidos bajo los generales anteriores. Él pronto los obligó a sobrellevar la mayor fatiga en todos los trabajos militares reprochándoles que, ya no se podían manchar sus manos con la sangre del enemigo y tenían que hacerlo con el barro de las trincheras. Con tales tropas, después de todo, tomó Numancia y la quemó hasta los cimientos”.
Vegecio admite que lo olvidado se puede recordar, como en el caso de África, donde un ejército bajo el mando de Albinus fue forzado a pasar bajo el yugo.
“Metello puso tal orden y disciplina, según el modelo de los antiguos, que después vencieron a los mismos enemigos que los vejaron.”