“De todos los talentos conferidos a los hombres, ninguno es más precioso que el don de la oratoria. Aquel que disfruta de este, ejerce un poder más duradero que el de un gran rey. Él es una fuerza undependiente en el mundo.”
– Winston Churchill
Investiga los nombres de los más grandes oradores de todos los tiempos, y sin duda encontrarás a Winston Churchill en la lista.
Pocos, si no es que ninguno de nosotros, podrá volverse algún día un orador como Churchill. Hay quienes tienen el don, el carisma y la cualidad para enseñar y hablar, algo que no puede ser aprendido. Pero cada uno de nosotros podemos mejorar lo que somos, y amplificar el nivel de nuestros talentos naturales. Aunque tal vez nuestra intención no sea ser diputados, todos estaremos en la situación de que se nos presentará la hora de hablar en público en algún momento de nuestras vidas.
Ya sea que nos lancemos a una candidatura estudiantil, hacer una exposición frente a los compañeros, tener que decir tu opinión en una asamblea de vecinos, o hacer un elogio, saber un poco de oratoria y como hablar en público te hará un hombre más persuasivo y capaz.
Siempre pensamos en Churchill incitando a sus compatriotas ingleses durante los oscuros días de la Segunda Guerra Mundial, incitándolos con llamados a “pelear en las playas” y a ofrecer su “sangre, su esfuerzo, sudor y lágrimas” para vencer al enemigo. Pensamos en él parado frente a la Cámara de los Comunes, con su rostro feroz encendido, alabando los embates de la RAF (Real Fuerza Aérea) y declarando que “nunca en la historia de los conflictos humanos, se ha quedado a deber tanto a tan pocos”.
El talento de Churchill para hablar en público parece sobrenatural, una cualidad imposible en el hombre común.
Y aun así su lugar en el Pantheon, el Asgard de la oratoria, es incuestionable. De niño era tartamudo, y ceceaba al hablar, tenía un temperamento tímido que si a duras penas le merecía el respeto de sus compañeros, mucho menos el de una nación.
No hay duda de que tenía un genio innato para el lenguaje. Pero tuvo que sacar ese talento con muchos esfuerzos. Cuando joven, convirtió en su única ambición “ser maestro de la palabra hablada” y cultivó su talento, como se hace con cualquier otro, mediante práctica y estudio.
Cuando comenzó en la política en los años 20´s, esta preparación le valió que sus discursos tuvieran buenas críticas. Aún así, le faltaba por aprender, alguien catalogó su retórica como “escolar y floja”, mientras que otro consideró que Churchill todavía estaba lejos de la oratoria. Churchill siguió afilando su arte durante toda su vida, y se convirtió en un orador cuya presentación solamente, acallaría a cualquier audiencia y lo haría enderezarse y subir el volumen de su radio para esperar sus palabras.
Así que, la próxima vez que te debas parar en un podio, ten en mente los siguientes consejos del Bulldog Inglés. Algunos de sus métodos se ajustaban sólo a su temperamento propio y su época, pero todos son fuentes ricas de guía e inspiración:
1. Escribe lo que quieres decir
Temprano, en su carrera política, cuando tenía 29 años de edad, Churchill estaba escribiendo un discurso para dar en la Cámara de los Comunes, como lo hacía normalmente. Hasta esse punto, había memorizado todas y cada una de las palabras de sus discursos, y los daba sin una sola nota. Todo había salido bien hasta entonces.
“Y esto descansa en aquellos quienes…” empezó, pero se desvió un poco y perdió el hilo de sus pensamientos.
“Descansa en aquellos que…” repitió. Falló otra vez en terminar la frase y empezar otra.
Por tres agonizantes minutos, Churchill zozobró buscando su siguiente línea y por nada del mundo pudo recordarla. La Cámara lo empezó a interrumpir, se puso rojo como un tomate, se sentó, poniendo su cabeza entre sus manos, abatido.
No volvería a cometer ese error de nuevo. Desde entonces, escribía sus discursos palabra por palabra y siempre tenía el texto frente a él cuando hablaba.
Improvisar es ciertamente un arte, pero también el admitir tus debilidades. Churchill tenía la humildad para reconocer que no tenía el talento para hablar fuera de lo planeado, así que trabajó en eso, tanto que los escuchas no sabían cuando estaba hablando fuera del guión que tenía preparado en papel.
Churchill creó una apariencia de espontaneidad, infundiendo en sus escritos toda la energía, dinamismo y calidad natural de una improvisación. Ensayaba sus observaciones previamente, para solamente tener que revisar el texto ocasionalmente. Su biógrafo, William Manchester describe una técnica empleada por él para que incluso las ojeadas al texto fueran apenas notorias:
“Un ejecutante consumado, tenía dos pares de lentes en su chaleco. Se subía los lentes de largo alcance que tenía en la punta de su nariz de manera que podía leer sus notas dando la impresión de que estaba mirando directamente a la Cámara de los Comunes, de que hablaba improvisando. Si la ocasión ameritaba una cita, se ponía el segundo par de lentes y alteraba la voz de manera tan efectiva, que incluso aquellos que lo conocían, nunca hubieran creído que todo lo que decía aparte de las citas, fuera espontáneo.”
Como ayuda, para que fuera más fluido, escribía sus discursos en lo que sus colaboradores llamaban “forma de salmos”, una práctica que podría estar inspirada en su gusto por el Antiguo Testamento. En estos bloques tipo haikú, agregaba notas: ponía donde pausar y donde esperar una ovación; cuáles palabras había que enfatizar; incluso donde parecer un poco humilde, tratar de recordar una palabra, o hasta “corregirse” a sí mismo. Churchill sabía que un recital robótico, impecable, pondría a la gente a dormir, y que un discurso que pareciera más natural, estaría más cercano a su audiencia.
A través de la práctica y la preparación, Churchil nunca más actuó como el tipo de orador que él mismo detestaba, aquel que hasta antes de levantarse “no sabe qué va a decir; cuando están hablando no saben qué están diciendo; y cuando están sentados otra vez, no saben lo que han dicho.”
2. Talla tu discurso con cuidado
Churchill no se dedicaba a garabatear sus discursos y creía que sus borradores eran buenos a la primera. Un sólo discurso de unos 40 minutos, le tomaba entre 6 y 8 horas para terminarlo, y lo revisaba inumerables veces.
La mente afilada de Churchill siempre estaba pensando en frases precisas para usar en sus discursos, y se le ocurrían nuevas líneas en los momentos más extraños en su rutina diaria. Incluso sus famosas ocurrencias muy rara vez eran improvisadas en el momento.
Una vez que las ideas de Churchill se marinaban en su cráneo por suficiente tiempo, se las dictaba a sus secretarias, a menudo mientras caminaba en el cuarto o se remojaba en uno de sus dos baños diarios.
Entonces vaciaría su primer borrador , estudiando cada uno de los enunciados y sopesándolos para ver si las frases tenían que cambiar para tener más impacto, o si debia cambiar algún adjetivo para dar un mejor efecto. Escribía múltiples borradores, cada uno más preciso que el anterior.
De hecho, las revisiones de Churchill continuaban hasta que literalmente estaba por irse a último momento, antes de su siguiente aparición en el Parlamento.
3. Escoge las palabras correctas
“El conocimiento del lenguaje está medido por la apreciación exacta de las palabras. No hay elemento más importante en la retórica que el uso continuo de las mejores palabras posibles.” – W.Ch.
El vocabulario de una persona media contiene alrededor de 25 mil palabras. Se estima que el de Churchill era de 65 mil.
Churchill absorbía montones de palabras de su voraz apetito por los libros, que había elegido desde joven. Aunque batalló en muchas materias de la escuela, encontró ahí un interés, un don, y un profundo amor por la lectura y la escritura del lenguaje inglés.
Durante toda su vida, leyó más de 5 mil libros, desde literatura y poesía, hasta historia y ciencia ficción. Su memoria prodigiosa le permitía recordar pasajes completos de estos textos, y recitarlos sin errores, décadas después. Su cerebro era como una versión humana de una biblioteca, contenía notas interminables de temas innumerables. Cuando necesitaba la anécdota correcta, y la palabra precisa para ilustrar su punto, sólo habría el cajón y sacaba lo que necesitaba.
Churchill tenía gusto por el lenguaje en sí mismo, y creía que la palabra correcta para un caso particular siempre era la más simple que pudieras encontrar:
“El irreflexivo se imagina por lo general que los efectos de la oratoria son dados por palabras muy largas o pretenciosas. El error de esta idea se ve escrito. Las palabras más cortas de un lenguaje son usualmente las más antiguas. Su significado está más enraizado en la identidad nacional y atraen con más fuerza.”
En lugar de decir “aceptan cooperar”, él decía “darse la mano”. En lugar de decir avión o aeropuesto, decía, aeronaves y campo de aviación. Otros decían “prefabricado”, él decía “ya listo”. Cuando tomó posesión de su oficina como Primer Ministro, cambió el nombre de los “Voluntarios Locales de Defensa” a “Guardia de Casa”.
A Churchill no sólo le disgustaban las palabras innecesariamente largas o floridas, sino también la jerga burocrática y los eufemismos chimuelos. Cuando otros políticos se referían a “gente de bajos recursos”, él decía “los pobres”; cuando decían “unidades habitacionales”, el decía “hogares”.
Pero aunque prefería palabras cortas y contundentes, si esta no podía expresar los “pensamientos y sentimientos”, no dudaba en usar una palabra más carnosa y larga.
Y si no existía una palabra tal en el vocabulario, no tenía problemas en inventar una: “cortina de hierro”, “Medio Oriente” entre otras, por ejemplo, se deben a las etimologías churchilianas.
4. Infunde en tu discurso un ritmo musical
“Los enunciados del orador cuando apela a su arte se vuelven largos, continuos y sonoros. El balance peculiar de las frases producen una cadencia que se asemeja más al verso blanco que a la prosa.” – W.Ch.
Churchill no solamente escogía sus palabras cuidadosamente, sino que también tejía intencionalmente el efecto y el ritmo que tenían esas palabras y los enunciados. Como resultado, sus discursos tenían una cadencia y ritmo atrayentes, casi con una calidad musical.
Además de los trucos usuales de los oradores, como una pausa bien planeada o cambios de tiempo, Churchill usaba distintas cosas para completar este efecto.
Su intención siempre era unir las palabras de manera que el discurso fuera agradable al oído. Cuando calificó la conducta de Mussolini de “obsoleta y censurable a la vez”, el primer ministro Lloyd George dijo que esa frase no tenía sentido. Churchill respondió, “miren las b en esas palabras: obsoleta, cesurable, ¡deben prestar atención a la eufonía!”
Manchester también llama la atención sobre el acopio de adjetivos, que elige en grupos de cuatro. Montgomery era “austero, severo, incansable, experto”; Joe Chamberlain era “vivo, chispenate, insurgente, compulsivo.”
Le gustaba la repetición también, y la manera en que podía crear un impacto de crescendo emocional:
“¿Preguntas cuál es tu intención? Puedo responder en una palabra: Es la victoria, la victoria a toda costa, la victoria a pesar del terror, la victoria aunque el camino sea muy largo y pesado; porque sin la victoria, no hay sobrevivencia.”
O también:
“Deberíamos llegar al fin, deberíamos pelear en Francia, deberíamos pelear en los mares y océanos, deberíamos pelear con confianza cada vez mayor y volvernos más fuertes en el aire, deberíamos defender nuestra isla, sea cual sea el costo, deberíamos pelear en las costas, deberíamos pelear en los campos de aterrizaje, deberíamos pelear en los campos de batalla y en las calles, no deberíamos rendirnos nunca.”
Churchill se valía del quiasmo (la figura retórica de construcción que consiste en una repetición e inversión del orden de palabras), de manera memorable también. En 1942, luego de que los Aliados ganaran su primer batalla mayor en la guerra en El Alamein, dijo: “Ahora, este no es el fin. No es siquiera el principio del fin. Pero es tal vez, el fin del principio.”
O estos:
“Estoy listo para conocer al creador; si el creador está listo para la difícil tarea de conocerme a mí, esa es otra cuestión.”
“Nosotros modelamos nuestros edificios y después ellos nos modelan a nosotros.”
“He tomado más del alcohol de lo que el alcohol ha tomado de mí.”
A nivel mayor, el diplomático Harold Nicholson dijo que de todas las cosas que hacía Churchill, la “fórmula ganadora”, la que nunca falla, era “la combinación de los grandes vuelos de la oratoria de Winston con repentinas incursiones en lo íntimo y conversacional.”
En el Factor Churchill, el autor London Boris Johnson, dice que el punto crítico del discurso de Churchill “finest hour” (la mejor hora), ofrece el mejor ejemplo de esta combinación. Churchill comienza con “Nunca en el campo del conflicto humano…”, que Johnson llama “una clásica y pomposa circunlocución de guerra de Churchill”. Y luego sigue con “nunca se ha debido tanto a tan pocos”, una frase de corte anglosajón.
La intención era llegar a los aristócretas educados de Gran Bretaña y a la sal de la tierra: los obreros. Sus discursos podían incendiar la imaginación emocional y retar el intelecto en turnos.
5. Construye tu argumento de manera que llegues a una conclusión incuestionable
“El clímax de la oratoria se alcanza por una sucesión rápida de olas sonoras e imágenes vívidas. La audiencia se deleita por las escenas cambiantes que se presentan a su imaginación. Su oído es acariciado por el ritmo del lenguaje. El entusiasmo aparece. Una serie de hechos son traídos apuntando en la misma dirección. El final aparece a la vista antes de alcanzarlo. La multitud anticipa la conclusión y las últimas palabras caen junto a un trueno de consentimiento.” -W.Ch.
Churchill llamó al flujo ideal de la oratoria, citado arriba, el “argumento acumulativo.”
Empieza estableciendo el punto más importante. La audiencia entonces se va convenciendo conforme presentas distintas evidencias, una tras otra, tejiendo unas con otras. A veces la compilación de la evidencia consiste solamente en decir lo mismo muchas veces, de maneras distintas. “Si tienes algo importante que decir”, decía Churchill, “no trates de ser sutil o agudo. Di tu punto una vez, luego regresa y vuelve a exponerlo, y después una tercera vez, debe ser una tormenta.”
Finalmente, alcanzarás un sonoro y electrizante clímax que deja a la audiencia con una sola conclusión ineludible.
Un caso en cuestión: las tensas reuniones del cabinete de guerra del 26 al 28 de mayo de 1940. Francia había caído. La posición de Inglaterra era muy frágil. Churchill acaba de asumir como Primer Ministro pero el apoyo que tenía era poco. Italia empezó a abrirse, ofreciéndose a ayudar a Inglaterra a negociar la paz con Hitler. El Secretario de Relaciones Exteriores, Viscount Halifax, pensaba que dada su situación tan precaria, sería prudente discutirlo.
Churchill, estaba por su puesto, diametralmente opuesto a esa postura, argumentando que las “naciones que caían peleando se levantaban de nuevo, mientras que las que mansamente se rendían, eran aniquiladas.”
El debate en Halifaz y Churchill siguió durante horas en muchas reuniones. Finalmente, Churchill pidió hablar con su Gabinete, esperando que ganando más simpatizantes le ayudara a decidir el asunto. Presentó su caso a los 25 miembros y concluyó:
“He pensado cuidadosamente estos días si es parte de mi deber considerar el negociar con Ese Hombre (Hitler). Pero es ocioso pensar que , si intentamos hacer las paces ahora, deberíamos obtener mejores términos que si seguimos peleando. Los alemanes querrán nuestra flota, eso es igual que ser desarmados, nuestras bases navales, y mucho más. Nos convertiríamos en un Estado esclavizado, el gobierno británico sería un títere de Hitler, y ¿a qué llegaríamos? Por otro lado, tenemos inmensas reservas y ventajas.
Y estoy convencido de que cada uno de ustedes se levantaría y me quitaría de aquí si contemplara por un sólo momento la rendición. Si la larga historia de esta isla va concluir al fin, dejemos que concluya cuando cada uno de nosotros se encuentre tirado ahogándose en su propia sangre en el suelo.”
Como puedes ver, eso es un clímax.
25 políticos se levantaron gritando y vitoreando, saltando de sus asientos y palmeando a Churchill en la espalda. Winston ganó ese día. Y el futuro del mundo cambió para siempre.
6. Usa imágenes ricas y analogías
“La ambición de los seres humanos para ampliar su conocimiento, favorece la creencia de que lo desconocido es solamente una extensión de lo conocido: que lo abstracto y lo concreto son gobernados por principios similares: que lo finito y lo infinito son homogéneos. Una analogía apropiada conecta, o aparentemente conecta, estas esferas distantes. Apela al conocimiento cotidiano del auditorio y lo invita a decidir los problemas que han retado su raciocinio, mediante el corazón… la influencia ejercida sobre la mente humana apelando a las analogías ha sido y siempre será inmensa. Traducen una verdad establecida a lenguaje simple o aventuradamente aspiran a revelar lo desconocido, por lo que están entre las armas más formidables de la retórica. El efecto sobre la audiencia más cultivada es eléctrico.” -W.Ch.
Un discurso con puros hechos, seco, no es memorable ni atrayente. La mente humana prefiere que su imaginación vuele, con imágenes y comparaciones.
Una analogía puede pasar por la oferta caótica y confusa para ofrecer una cuerda al entendimiento. Una metáfora rica puede por lo general, producir un verdadero momento de reconocimiento que le quita la venda de los ojos al que escucha y le permite ver las cosas de modo distinto.
Churchill tenía la habilidad de un pintor para crear esa galería de metáfores en sus discursos. “Sus palabras”, argumenta Manchester, “se volvieron más reales que las escenas que detallaba, y más evocativas que la suma de sus arreglos gramáticos y habilidades retóricas.”
Churchill hablaba de las “fauces del invierno” y el deseo de ir a las “amplias y soleadas tierras” de un pacífico tiempo futuro. Llamaba a los alemanes “ovejas carnívoras”, y a Hitler un “canalla sediento de sangre.”
Sus analogías a veces podían ser ingeniosas; en contra de la creciente amenza Nazi: “Un mandril en el bosque es materia de especulación legítima; un mandril en el zoológico es objeto de curiosidad pública; pero un mandril en la cama con tu esposa es causa de la mayor preocupación.”
En 1930 ofreció esta analogía refiriéndose a Hitler, que empezaba a ganar poder y anexarse territorios, ante la complacencia de los Estados europeos, (Churchill quería despertarlos de su sueño):
“Cuando de dejas llevar corriente abajo en las aguas del Niagara, bien podría pasar de vez en cuando que llegues a aguas tranquilas, o que un recodo en el río o un cambio en el viento parezcan más lejanas. Pero el peligro y preocupación no se alteran por eso.”
7. Da voz a los sentimientos e ideales latentes en la gente
“El orador es la encarnación de las pasiones de la multitud.”
-W.Ch.
Muchos han argumentado que Hitler y Churchill eran dos lados de la misma moneda: ambos efectivos, carismáticos, hambrientos de gloria y poder, líderes visionarios. Ambos fueron también, oradores talentosos y convincentes.
Hitler catalizaba los prejuicios y deseos de estatus de la gente a expensas de otros.
Churchill activó en hombres y mujeres sus inclinaciones más nobles, presentándoles una visión de sí mismos como héroes valientes, como el último baluarte de la democracia.
8. Sé sincero
“Si examinamos este ser tan extraño (el orador) a la luz de la historia, descubriremos que es comprensivo, sentimental y fervoroso… Antes puede inspirarlos con emociones que buscó en su interior. Cuando busca su indignación, su corazón está lleno de furia. Antes de que pueda llevarlos a las lágrimas, las suyas deben fluir. Para convencerlos, debe él mismo creer.” -W. Ch.
En la primer parte de la carrera de Churchill, sus discursos eran efectivos aunque mécánicos, les faltaba algo. En el momento tenían el impacto deseado, pero su efecto no era duradero. Edwin Morgan, un polítco liberal, escribió en 1909: “Churchill todavía no puede ser primer ministro porque le falta chispa. Deleita y entretiene, incluso entusiasma a su audiencia, pero cuando se va también se van los recuerdos de lo que dijo.”
La política le interesaba, pero esencialmente, Churchill era un hombre marcial, más inspirado por las batallas de vida o muerte. Por eso la épica de la Segunda Guerra Mundial fue el escenario perfecto para sus discursos.
Si de algo podía hablar sinceramente, era del heroísmo que se necesitaba en tiempos de guerra. En alguna ocasión, después de visitar el cuartal de la RAF, el Genral Hastings le hizo un comentario, y le respondió, “no me sermonee, nunca he estado más motivado”. Entonces fue cuando se le ocurrió su famosa línea “nunca se ha debido tanto a tan pocos”. Suena tan genuina, incluso muchos años después, porque nació de una emoción genuina.