Hasta el siglo 20, las raíces de un hombre eran una parte importante de su identidad. Las familias nobles en la antigua Roma mostraban máscaras de cera de sus ancestros en sus casas, como recordatorio de su legado. La página Art of Manliness, hace una reflexión sobre la genealogía, la cual te dejamos enseguida:
En el Japón antiguo, el culto a los ancestros era común, y las familias defendían fieramente los archivos de su genealogía. La meta en la vida era vivir de manera que se pudiera aumentar el honor de la familia.
En la cultura super individualista de hoy, el interés en la herencia propia y la familia se ha desvanecido en detrimento propio. La genealogía parece algo muy engorroso y es un tema intimidante con tantos nombres y fechas.
Pero es casi seguro que si empiezas a revisar la historia familiar, descubras cosas muy interesantes y tal vez resulte adictivo, sobre todo cuando te encuentras callejones sin salida. Tal vez no sea mala idea escarbar tus raíces si nunca lo has hecho, para saber de dónde viene tu sangre.
Debes considerar empezar tu árbol genealógico por la simple razón de que es intrínsecamente interesante aprender sobre el pasado. Pero hay otra razón más importante: cumplir la obligación con tus ancestros. Como una obligación moral.
La gratitud
Si alguien te da un regalo, y le toma varios días llevártelo, ¿le darías las gracias por ello? Tal vez digas que sí. ¿Y si toma una semana o un mes? ¿Y si la entrega toma mucho más? Digamos que medio siglo. Tal vez sientas también entonces, gratitud por el paquete que ha tardado mucho en llegar a tu casa.
La gratitud no tiene fecha de caducidad. Un regalo siempre tiene un significado. En la cadena de tu linaje, hay un gran número de hombres y mujeres que sufrieron, batallaron y encontraron la manera de seguir adelante.
Incluso si no fueran personas perfectas, hicieron lo mejor que pudieron y permanecieron vivos lo suficiente para pasar sus genes. Te dieron el regalo de la vida y le dieron forma a lo que eres actualmente.
El árbol familiar y tu historia
En la era moderna, la idea de que nacemos de nosotros mismos como individuos, es lo más común. Pero esta concepción atomizada de la identidad no podría estar más alejada de la verdad. Una gran parte de lo que eres hoy en día proviene directamente de tus ancestros.
Para quienes apenas empiezan, la manera en la que te ves y el temperamento se deben a tu herencia genética. Tu mentón y tu proclividad a la melancolía vienen de generación en generación.
Pero además de la genética, has heredado las elecciones que han hecho tus ancestros. Cuando empiezas a revisar tu árbol genealógico, rápidamente ves cómo la decisión de uno de ellos, de casarse con una persona en particular o mudarse a cierto lugar, son parte de lo que eres.
Si tu tatarabuelo no hubiera pensado que ser minero era la mejor opción, tu abuelo no hubiera crecido en determinado lugar. Tampoco hubiera conocido a tu abuela en ese lugar, y no hubieras tenido la sangre que ahora tienes. Tu papá no hubiera nacido y tú tampoco.
El entender detalles como esos, te ayuda a tener mayor aprecio por lo que eres y cómo llegaste a serlo. Te hace pensar en las decisiones que debes tomar y cómo afectarán a tu familia futura y tu memoria.
Al conocer tu genealogía, te ves como parte de un todo. Algo que no empezó contigo, y que tampoco terminará contigo. Un todo en el que juegas un papel para la futura narrativa. No es sorprendente que los investigadores sugieran que cuando tienes conocimiento íntimo de tu historia familiar, nos se sentimos más confiados en comparación con los individuos que no.
Simplemente no puedes entender la realidad sin entender las raíces ocultas que deben ser buscadas. Fallar en reconocer esas raíces, creer que llegaste al Mundo como una deidad griega, que sale de la cabeza de Zeus, es una forma de negación e ingratitud.
¿Cómo entonces evitas el acto inmoral de olvidar? ¿Cómo reconoces y agradeces el regalo que te han hecho quienes ya no viven en esta Tierra?
Recordando. Al hacer eso, previenes que mueran otra vez.
Prevenir una segunda muerte
Todo el mundo muere dos veces. La primera es cuando el cuerpo físico expira. La segunda se da cuando su nombre es mencionado por última vez.
Para la mayoría de la gente, la segunda muerte llega cuando la última persona que conocían, también muere. Nadie más los recuerda cómo eran en carne y hueso, y su memoria es finalmente enterrada con sus huesos.
Para aquellos a quienes la posteridad les hace una genealogía, su memoria nunca muere. Su nombre se lee y es conocido por quienes recopilan el árbol familiar, y por todos los individuos que mantienen y cuidan el registro.
Visto en esta luz, la genealogía es un acto de redención. A través de nuestra investigación familiar, podemos salvar a nuestros ancestros, incluso al más olvidado, de una segunda muerte.