Aunque ya era un fenómeno que estaba afectando a los países desarrollados, la aparición de los ermitaños sociales o hikikomori, jóvenes que rehúyen el contacto con otros y llevan vidas solitarias y aisladas, se agudizó luego del aislamiento social por la pandemia de covid-19 y ahora el problema psicológico de estas personas que temen a la sociedad se ha convertido en una epidemia por derecho propio.
Comparado algunas veces con el fenómeno de los “ninis”, los hikikomori están convirtiéndose en una crisis que no puede ser ignorada. antes visto como algo que debía avergonzarlos, ya ha sido reconocido como un problema de salud y aunque los gobiernos de los países más afectados, como Japón y Corea del Sur, han empezado a aventarle dinero al problema, los afectados aseguran que este aislamiento social patológico tiene raíces más profundas.
De “Ninis” y “Hikikomoris”
Hikikomori, traducido como “retiro social”, es un término acuñado en Japón desde los 80 y se refiere a los “jóvenes ermitaños” que se rehúsan a enfrentar al mundo, quedándose aislados de todo y todos, excepto quizá por su conexión a internet, que usan como substituto del contacto humano. Aunque antes era visto como una falla de carácter, ahora se ha reconocido como un malestar psicológico serio que requiere tratamiento.
Hikikomori, tal como ocurrió en México con el término “nini”, que es una contracción de “NI estudia, NI trabaja”, nace como un modo despectivo de referirse a la población joven mal vista por la sociedad y, sobre todo, por los políticos que consideran inútiles o inconsecuentes a quienes no participan de la actividad económica. Sin embargo, en fechas recientes, ambos términos han empezado a ser empleados con más cuidado porque al haber sido palabras creadas como burlas, su uso más que resolver el problema parece agudizarlo.
Corea del Sur, sufriendo la epidemia de soledad
Aunque es un fenómeno frecuente en países desarrollados, en particular en los países asiáticos con un enorme avance económico y altos ingresos per capita como Japón y China, en Corea del Sur se llevan el golpe más duro por el impacto de una juventud que se recluye a sí misma para aislarse del mundo que le rodea, con datos de que alrededor de 340 mil jóvenes entre 19 y 39 años adoptan un modo de vida aislado del resto del mundo, incluida su familia.
Ese enorme número, que significa alrededor del tres por ciento de la población dentro de esos límites de edad, ha empezado a sentirse no solo en cuanto a la productividad de Corea del Sur, sino que la tendencia a que más y más gente joven decida rendirse con el mundo hace temer a las autoridades que ignorar el problema solamente lo agrave. Los hogares unipersonales en el país asiático se han multiplicado hasta ser la tercera parte de las familias en Corea del Sur, mientras que las personas que han muerto en solitario se elevaron enormemente.
Por más dinero que le arrojan al problema, no lo resuelven
En Japón, donde se estiman que el 1.2 por ciento de su población son ermitaños de la sociedad (aunque en cifras extraoficiales y tomando en cuenta más edades, el número aumenta casi diez veces más), el gancho con el que se ha buscado sacar a los jóvenes de sus cuartos es con apoyos económicos.
Pero las personas que sufren de esta enfermedad del corazón aseguran que el problema no es el dinero y eso es evidente cuando vemos que los afectados pertenecen a distintos estratos económicos, desde acomodados hasta humildes.
En Japón, el problema de los hikikomori se conoce como “el problema de los 5080” porque son ermitaños en sus 50 que para sobrevivir necesitan el apoyo de sus padres octogenarios. Alejados de las escuelas, calles y hasta de gran parte de su propia casa, la repulsión por otras personas, incluyendo miembros de su familia, o bien, el miedo a la sociedad es lo que mantiene atados a los hikikomori a sus cuartos.
Aunque gobiernos como el sudcoreano han ofrecido hasta 490 dólares mensuales y subsidios en servicios de salud, consejería y otras prestaciones a jóvenes de bajos recursos entre 9 y 24 años para que salgan de sus cuartos, muchos de los que han logrado superar la enfermedad aseguran que el que la sociedad los avergüence es la principal causa de querer aislarse del mundo y que si se quiere solucionar el problema, hay que empezar por aceptar que la gente con esta condición requiere, antes que nada, respeto.